PRESAGIO
El vuelo de las águilas se pierde en el camino mientras las campanas bailan con los sonidos del viento, le cantan al olvido en un viaje de ida. Es posible que no haya marcha atrás, como en la vida misma, lo que viene está por delante.
Nubarrones grises contrastan con los trozos de cielo despejados que se cuelan en la escena, quieren hablar, comunicar algo, pero las campanas siguen ensimismadas cantando al olvido que ha quedado rezagado en un rincón húmedo y raído a la espera de que alguien les quite el polvo. “Del polvo venimos y en polvo nos convertiremos”, ese mismo polvo que día a día al barrer o sacudir el mobiliario aparece. Polvo sobre el que existen tantos enigmas por develar, así continúan las campanas repiqueteando por lo bajo, y las águilas por lo alto planeando como un presagio.
Es un viaje de ida lo que las impulsa a aproximarse a ese olvido maquillado por los años, transfigurado por esperas, confundido por los desengaños y desencantado con la risa falsa de quienes lo buscan. Testigos de un milenio, las campanas han decidido callar lo que saben para dejarse llevar por el vuelo de aquellas águilas sin cuestionarse nada más. ¡Qué difícil aquietar la mente, y ponerse al servicio de lo que realmente nos importa, dejando lo superfluo de lado, lo que pesa en nuestros pensamientos!
Se han aquietado, han dejado de sonar, están a la espera de la próxima media hora en la que anunciarán que ha transcurrido otro leve lapso del día. En esa movediza quietud en la que se ven atrapadas miran a las águilas alejarse y perderse entre las montañas, quieren seguirlas pero no pueden dejar el campanario por más de media hora, esperarán a la próxima hora en punto para ver si pueden acompañarlas.
Han llegado allí y ahora saben por qué. Sí, han olvidado disculparse pero, ¿con quién, con qué, cuándo, dónde, para qué? No les importa contestarse estas preguntas, sienten la necesidad de hacerlo, de decir : “perdón me he equivocado”, para seguir sin el peso de las culpas en la espalda, de las equivocaciones, quieren repiquetear despreocupadas, en un viaje de ida, hacia lo que vendrá con la mirada serena y transparente.
Los vuelos de las águilas se pierden en el camino, mientras las campanas bailan con los sonidos del viento, repiquetean libres y sonoras. Resplandecen, mientras el tiempo se desliza tibio y la ciudad comienza a dormirse con un cielo naranja lleno de ilusiones y sepias herrumbrados, que contrastan para embellecer ese momento mágico en el que el presagio se ha cumplido.
Nubarrones grises contrastan con los trozos de cielo despejados que se cuelan en la escena, quieren hablar, comunicar algo, pero las campanas siguen ensimismadas cantando al olvido que ha quedado rezagado en un rincón húmedo y raído a la espera de que alguien les quite el polvo. “Del polvo venimos y en polvo nos convertiremos”, ese mismo polvo que día a día al barrer o sacudir el mobiliario aparece. Polvo sobre el que existen tantos enigmas por develar, así continúan las campanas repiqueteando por lo bajo, y las águilas por lo alto planeando como un presagio.
Es un viaje de ida lo que las impulsa a aproximarse a ese olvido maquillado por los años, transfigurado por esperas, confundido por los desengaños y desencantado con la risa falsa de quienes lo buscan. Testigos de un milenio, las campanas han decidido callar lo que saben para dejarse llevar por el vuelo de aquellas águilas sin cuestionarse nada más. ¡Qué difícil aquietar la mente, y ponerse al servicio de lo que realmente nos importa, dejando lo superfluo de lado, lo que pesa en nuestros pensamientos!
Se han aquietado, han dejado de sonar, están a la espera de la próxima media hora en la que anunciarán que ha transcurrido otro leve lapso del día. En esa movediza quietud en la que se ven atrapadas miran a las águilas alejarse y perderse entre las montañas, quieren seguirlas pero no pueden dejar el campanario por más de media hora, esperarán a la próxima hora en punto para ver si pueden acompañarlas.
Han llegado allí y ahora saben por qué. Sí, han olvidado disculparse pero, ¿con quién, con qué, cuándo, dónde, para qué? No les importa contestarse estas preguntas, sienten la necesidad de hacerlo, de decir : “perdón me he equivocado”, para seguir sin el peso de las culpas en la espalda, de las equivocaciones, quieren repiquetear despreocupadas, en un viaje de ida, hacia lo que vendrá con la mirada serena y transparente.
Los vuelos de las águilas se pierden en el camino, mientras las campanas bailan con los sonidos del viento, repiquetean libres y sonoras. Resplandecen, mientras el tiempo se desliza tibio y la ciudad comienza a dormirse con un cielo naranja lleno de ilusiones y sepias herrumbrados, que contrastan para embellecer ese momento mágico en el que el presagio se ha cumplido.
Andrea Calvete