EL PROFUNDO PRECIPICIO DE LA RESIGNACIÓN
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Tras la vorágine de los días, las situaciones pendientes, los compromisos y las dificultades, vamos resignándonos como quien va quedando lentamente dormido. Sin darnos cuenta, cedemos terreno al cansancio, y en un sopor casi asfixiante nos sumergimos. Resignarse es decir hasta aquí llegué, es admitir que no nos quedan fuerzas, que estamos cansados, y también desilusionados. Sin embargo, una cuota de resignación por momentos es muy bienvenida, para sosegarnos para bajar las revoluciones. La situación se complica cuando sin darnos cuenta vamos sumando a esa lista un número mayor de impedimentos y de no puedo. El al menos lo voy a intentar es un mero propósito muy positivo para que la resignación no nos aplaste y decapite. Si nos levantamos temprano y observamos un amanecer posiblemente nos llenemos de ánimo y energía, porque el comienzo del día es una hora sumamente maravillosa, llena de paz, de sonidos ocultos, de aromas frescos impregnados de vida, de colores que despiertan, ar