EL DÍA QUE SE PARÓ EL MUNDO

En aquella mañana los colores del amanecer, tenues y perfumados, no dieron indicios de ningún cambio. Las ciudades ajenas despertaron vertiginosas con el ritmo habitual. La mañana esbozó un gran bostezo, mientras circulaban los primeros autos y transeúntes rumbo a su trabajo. El día que se paró el mundo, una sensación que ya había aparecido en otras oportunidades en la historia de la humanidad se perfiló temprano, tomó sus prendas y se mezcló sigilosa entre los millones de personas que poblaban la tierra. Entonces, una nerviosidad inquietante se fue apoderando de cada uno hasta llegar hasta al último rincón. Algo raro estaba pasando, un malestar general se saboreaba en cada bocado, sabía agrio y mustio. Teresa caminaba ajena a todo, si bien escuchaba que la gente a su alrededor se quejaba, no entendía el porqué, para ella era otro lunes más en el que le aguardaba una semana atiborrada de compromisos. El día que se paró el mundo, la prisa caminaba por la senda donde el tránsito va a alt...