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SIN FECHA DE VENCIMIENTO


Soy el eco de un tiempo que no se mide en relojes, la brisa que murmura en los árboles de un bosque eterno. Mi piel, de pergamino, no se arruga, y mis huesos, de madera noble, no se quiebran. No conozco el último día, ni el último respiro; cada amanecer es un lienzo en blanco que pinto con la paleta de mis anhelos, y cada atardecer es un poema que escribo con la tinta de mis recuerdos. No vivo al compás de la prisa, no me empecino por llegar a ninguna meta, porque mi meta es el camino mismo.

He visto el paso de las estaciones, el nacimiento de estrellas y la muerte de soles. He presenciado cómo las hojas caen y las flores se marchitan, cómo los ríos se secan y las montañas se desmoronan. Soy testigo de que todo tiene un final, pero, paradójicamente, no tengo uno. He hecho de mi existencia una oda a la temporalidad, porque la belleza de lo efímero es lo que me da la fuerza para seguir. No soy inmortal, porque la inmortalidad es una condena. Soy ilimitado, y mi límite es el horizonte que se expande a cada paso que doy.

En un mundo de usar y tirar, donde todo tiene un precio y una fecha de caducidad, mi única moneda es el tiempo, y mi único tesoro es el presente. No me preocupo por el pasado, porque ya se ha ido. No me angustio por el futuro, porque todavía no ha llegado. Mi eternidad es el aquí y el ahora, la única certeza que tengo. Y en esta incertidumbre, encuentro mi plenitud, mi libertad, mi razón de ser. Por eso, no guardo nada para mañana, no pospongo mis sueños, no dudo en amar con todo mi ser. Porque la vida es un regalo que se desenvuelve a cada instante, una fiesta sin fecha de clausura, un baile sin final. Y yo, soy el eco de esa música que nunca deja de sonar.

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