EL PROFUNDO PRECIPICIO DE LA RESIGNACIÓN
Tras la vorágine de los días, las situaciones pendientes, los compromisos y las dificultades, vamos resignándonos como quien va quedando lentamente dormido. Sin darnos cuenta, cedemos terreno al cansancio, y en un sopor casi asfixiante nos sumergimos.
Resignarse es decir hasta aquí llegué, es admitir que no nos quedan fuerzas, que estamos cansados, y también desilusionados. Sin embargo, una cuota de resignación por momentos es muy bienvenida, para sosegarnos para bajar las revoluciones. La situación se complica cuando sin darnos cuenta vamos sumando a esa lista un número mayor de impedimentos y de no puedo. El al menos lo voy a intentar es un mero propósito muy positivo para que la resignación no nos aplaste y decapite.
Si nos levantamos temprano y observamos un amanecer posiblemente nos llenemos de ánimo y energía, porque el comienzo del día es una hora sumamente maravillosa, llena de paz, de sonidos ocultos, de aromas frescos impregnados de vida, de colores que despiertan, aromas que se realzan con la humedad de la madrugada, y de pájaros que trinan con total alegría.
Pero comienza el día y nos conectamos a los noticieros, empezamos a ver qué ocurre, aquí y allá, miramos a nuestro alrededor, y entonces aquel vigor contagioso del nuevo día comienza a palidecer, a esfumarse como por arte de magia. Y entonces nos preguntamos: ¿Existe la magia todavía, dónde la compro, dónde la encuentro, se puede contagiar?
Y me doy unos minutos para contestar esta pregunta. Todo encierra en sí mismo magia, esa ilusión que podemos aderezar a cada acto de vida, que esconde tantos significados y que sólo es cuestión del lente con que nos dispongamos a observar, es decir, de esa capacidad de descubrir y profundizar más allá de lo que se ve a simple vista. La magia está sumamente conectada con esa capacidad de soñar, crear y sentir que todos tenemos guardada en algún lugar, sólo que a veces no le damos cabida.
Esconde misterios, sueños perdidos o encontrados; y una pizca de ilusión con matices de esperanza. Flota en el aire , en los sonidos de la brisa, en las notas musicales, en el trinar de los pájaros, en cada acto de vida. Está allí junto a nosotros, sólo es necesario hacerla pasar, tomar asiento al lado nuestro, y será una entrañable compañía, por eso antes que nada dejémosla surgir. La magia son momentos únicos, atesorados en el corazón, guiados por algo inexplicable llamado amor.
Quien se resigna cierra las puertas a la magia, a esa posibilidad de seguir volando, añorando un futuro, y de alguna manera comienza a quitar oxígeno a sus días, y se asoma a un profundo precipicio llamado resignación.
Resignarse de alguna manera es cerrarle las puertas a la ilusión, a la esperanza, a la alegría de vivir, al entusiasmo, es descubrir que las alas ya no vuelan, que los ojos ya no ven, con las manos ya no palpan, que ya casi nada nos sorprende o conmueve… es anestesiarse ante los sentidos.
Aceptar no significa resignarse, sino comprender qué es lo que estamos dispuestos a cambiar, para continuar en este fluir vibrando porque estamos vivos y podemos dar un paso más.
Resignarse es decir hasta aquí llegué, es admitir que no nos quedan fuerzas, que estamos cansados, y también desilusionados. Sin embargo, una cuota de resignación por momentos es muy bienvenida, para sosegarnos para bajar las revoluciones. La situación se complica cuando sin darnos cuenta vamos sumando a esa lista un número mayor de impedimentos y de no puedo. El al menos lo voy a intentar es un mero propósito muy positivo para que la resignación no nos aplaste y decapite.
Si nos levantamos temprano y observamos un amanecer posiblemente nos llenemos de ánimo y energía, porque el comienzo del día es una hora sumamente maravillosa, llena de paz, de sonidos ocultos, de aromas frescos impregnados de vida, de colores que despiertan, aromas que se realzan con la humedad de la madrugada, y de pájaros que trinan con total alegría.
Pero comienza el día y nos conectamos a los noticieros, empezamos a ver qué ocurre, aquí y allá, miramos a nuestro alrededor, y entonces aquel vigor contagioso del nuevo día comienza a palidecer, a esfumarse como por arte de magia. Y entonces nos preguntamos: ¿Existe la magia todavía, dónde la compro, dónde la encuentro, se puede contagiar?
Y me doy unos minutos para contestar esta pregunta. Todo encierra en sí mismo magia, esa ilusión que podemos aderezar a cada acto de vida, que esconde tantos significados y que sólo es cuestión del lente con que nos dispongamos a observar, es decir, de esa capacidad de descubrir y profundizar más allá de lo que se ve a simple vista. La magia está sumamente conectada con esa capacidad de soñar, crear y sentir que todos tenemos guardada en algún lugar, sólo que a veces no le damos cabida.
Esconde misterios, sueños perdidos o encontrados; y una pizca de ilusión con matices de esperanza. Flota en el aire , en los sonidos de la brisa, en las notas musicales, en el trinar de los pájaros, en cada acto de vida. Está allí junto a nosotros, sólo es necesario hacerla pasar, tomar asiento al lado nuestro, y será una entrañable compañía, por eso antes que nada dejémosla surgir. La magia son momentos únicos, atesorados en el corazón, guiados por algo inexplicable llamado amor.
Quien se resigna cierra las puertas a la magia, a esa posibilidad de seguir volando, añorando un futuro, y de alguna manera comienza a quitar oxígeno a sus días, y se asoma a un profundo precipicio llamado resignación.
Resignarse de alguna manera es cerrarle las puertas a la ilusión, a la esperanza, a la alegría de vivir, al entusiasmo, es descubrir que las alas ya no vuelan, que los ojos ya no ven, con las manos ya no palpan, que ya casi nada nos sorprende o conmueve… es anestesiarse ante los sentidos.
Aceptar no significa resignarse, sino comprender qué es lo que estamos dispuestos a cambiar, para continuar en este fluir vibrando porque estamos vivos y podemos dar un paso más.
Andrea Calvete