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CUANDO DE RECONCILIARSE CON LOS DÍAS SE TRATA


Llora y ríe, la nube de los días está presente. Se viste de lo que no fue y pudo ser, pero no encuentra lo que busca. Cree, sueña, imagina, buscan un sentido, un porqué. En esa vorágine de las horas continúa su marcha, le duele pensar, sentir. Se refugia en algún recuerdo escurridizo, lo toma de la mano mientras el aquí y ahora se alejan como dos desconocidos.

El aire perfumado por lavandas y romeros le trae tranquilidad y sosiego, le permite detenerse unos instantes bajo las nubes de este día esplendoroso que camina sin impedimentos. Cuando de impedimentos se trata somos unos de los peores obstáculos por momentos, en una suerte de muro de contención, nos aferramos a cuestionamientos, preguntas, y quedamos estancados en ese vaivén en el que no logramos tomar una decisión.

Llora y ríe, la nube de los días está presente. No es posible evadirse de lo que aquí ocurre, por más que lo intenta allí está haciendo frente a lo que de alguna manera no le es posible solucionar. Se le escapan los minutos de las manos, se desespera pero no alcanza a encontrar una respuesta.

Mirar de reojo a la vida se pelea con ella, la vida asombrada lo mira y con su idioma universal le dice: “hoy puede ser un gran día depende de ti”, y continúa como si nada hubiera pasado. Entonces, no muy convencido se detiene y comienza a conversar con ella. En el diálogo se da cuenta que no está todo perdido, que ha errado el camino, que ha tomado decisiones desacertadas, pero que aún tiene mucho por hacer. Se ha dado cuenta que ha andado peleado con la vida, sin disfruta de ese maravilloso espectáculo de posibilidades, siempre con el paraguas abierto por las tormentas que se aproximan.

Se esparce la luz, aparece doblada, esquiva. Percibe que la bendición está en el aire que respira, en esos minutos de paz y armonía que puede lograr al mirar el cielo, el mar, el sol o las estrellas, en esos instantes en que puede ser él y reconciliarse entonces con sus días.

Reconciliarse con sus días le trae aparejado esa suerte de saborearse así mismo, degustarse, aceptarse, mirarse al espejo en esa búsqueda incesante y permanente, en ese largo trayecto de caídas y tropiezos, de levantarse y continuar el camino en pro de seguir adelante con fe y esperanza.

Andrea Calvete





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