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LOS PRIMEROS CALORES

Después del invierno y una incierta primavera los calores llegan para bendecir la cuidad. Con buena temperatura atraviesan las calles, se cuelan por puertas y ventanas. Se escudan en el sudor caliente de los transeúntes y abrazan al sol para dar potencia al día.

Los primeros calores son los que más cuestan, a los que más nos resistimos, quizás por falta de costumbre o porque venimos de una agradable primavera. Sin darnos cuenta nuestro cuerpo comienza a dejarse llevar por los vapores de las veredas, el astro rey calienta nuestras cabezas y la brisa húmeda y pegajosa nos toma por la cintura.

Comienza la danza de los primeros calores nutridos de aromas, de sonidos llenos de vida y encanto. Con cierta magia se aproxima el verano, con una mirada tibia y con la calma de las mañanas perfumadas por esperanza y vitalidad. Un cielo celeste brilla diáfano mientras las notas veraniegas se esparcen por entre los árboles, los pájaros no paran de trinar, con profunda emoción cantan desde alba hasta que anochece. Los escucho atenta y me pregunto: ¿Qué dirán, qué querrán expresar? Lo cierto es que están desbordantes de energía, me dejo contagiar por su algarabía.

Recuerdo cuando iba a la escuela me hacía mucha ilusión ésta época, luego de correr e insolarnos en el patio del recreo volvíamos exhaustos, transpirados como en trance. La maestra con buen atino nos permitía un pequeño descanso, apoyábamos los brazos y la cabeza sobre el pupitre y descansábamos quince minutos. ¡Cuánta plenitud en aquellos quince minutos, cuánto bienestar, una paz indescriptible reinaba en la clase! El olor al verano acompañaba, entraba por la ventana el aire perfumado por las hiedras que daban al balcón, mientras algún pájaro nos arrullaba con suavidad. Un silencio perfecto, no se oía ni nuestra respiración.

¡Cómo no recordar la sombra fresca de la parra que comenzaba a llenarse de uvas, o del sauce llorón meciendo sus ramas al viento! Las mariposas revoloteaban efímeras en esa plenitud de aromas y sensaciones que daban paso al verano. Las ventanas abiertas, y los fondos habitados por sus dueños que parecían haber desaparecido de la faz de la tierra, revivían ahora en esta festiva estación.

Los primeros calores son los que más cuestan pero sin darnos cuenta nuestro cuerpo comienza a dejarse llevar por los vapores de las veredas, el astro rey calienta nuestras cabezas y la brisa húmeda y pegajosa nos toma por la cintura. Una vitalidad contagiosa se despierta en cada persona que se abre al nuevo día.

Andrea Calvete



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