NUBES DE PACIENCIA
Cuentan que se esconde, que anda y huye esquiva. Se escapa por entre los dedos. No está dispuesta a acompañar a quien ande de prisa, o no se haga un minuto para pensar o detenerse. Le ha cerrado la puerta a quien la visita en compañía de la impaciencia, ya hace años que con ella no se habla.
¿Qué pasó realmente, por qué se enemistaron?
Todo empezó, un lejano día de junio en el que la paciencia abrigada y tranquila caminaba por las orillas de un amanecer. Mientras contemplaba la salida del astro rey, la impaciencia ligera de ropas y apresurada, comenzó a pedirle que acelerara su marcha porque no tenía tiempo de contemplar un acontecimiento tan obvio y frecuente.
La paciencia inmutable siguió mirando el horizonte e hizo caso omiso.
La impaciencia, comenzó a reprocharle que por su culpa a la gente no le quedaba adrenalina en la sangre, que habían engorado muchos quilos y que les había sacado canas verdes a unos cuantos.
La paciencia inmutable respiraba profundo mientras el sol se elevaba pintando la aurora matinal mágica e indescriptible. Absorta en aquella maravilla no escuchaba a la impaciencia.
A la tercera vez al no recibir respuesta, la impaciencia comenzó a echar fuego por la boca, los insultos fluyeron y se cargaron de fuertes epítetos .Quedó ronca, pero la paciencia no respondía.
De pronto, la paciencia se subió a una nube y se marchó lejos. De allí en más la impaciencia no tuvo más oportunidad de dirigirle la palabra, porque el cielo cargado de posibilidades no era una opción en su vida.
¿Qué pasó realmente, por qué se enemistaron?
Todo empezó, un lejano día de junio en el que la paciencia abrigada y tranquila caminaba por las orillas de un amanecer. Mientras contemplaba la salida del astro rey, la impaciencia ligera de ropas y apresurada, comenzó a pedirle que acelerara su marcha porque no tenía tiempo de contemplar un acontecimiento tan obvio y frecuente.
La paciencia inmutable siguió mirando el horizonte e hizo caso omiso.
La impaciencia, comenzó a reprocharle que por su culpa a la gente no le quedaba adrenalina en la sangre, que habían engorado muchos quilos y que les había sacado canas verdes a unos cuantos.
La paciencia inmutable respiraba profundo mientras el sol se elevaba pintando la aurora matinal mágica e indescriptible. Absorta en aquella maravilla no escuchaba a la impaciencia.
A la tercera vez al no recibir respuesta, la impaciencia comenzó a echar fuego por la boca, los insultos fluyeron y se cargaron de fuertes epítetos .Quedó ronca, pero la paciencia no respondía.
De pronto, la paciencia se subió a una nube y se marchó lejos. De allí en más la impaciencia no tuvo más oportunidad de dirigirle la palabra, porque el cielo cargado de posibilidades no era una opción en su vida.
Andrea Calvete