MANOJO DE ILUSIONES
Desmoronado por un terraplén de sucesos desafortunados intentó ponerse de pie y continuar la marcha. Le dolía todo el cuerpo, no había tenido una buena noche. Sin embargo, había algo que lo impulsaba a no darse por vencido y a continuar.
Desde niño, las adversidades habían tocado a su puerta, había perdido a su padre siendo un niño, y su madre a partir de ese momento no había quedado en su sano juicio. Así había enfrentado la vida con entereza a pesar de que las circunstancias no eran las más favorables.
Su padre le había dejado una pequeña herencia la que el guardaba con inmenso cariño, de alguna manera ese legado era el que le había permitido sortear los diferentes contratiempos con los que se le enfrentaba día a día.
Dicen que hay mucho de heredado, otro tanto adquirido, pero Edmundo tenía un poco de todo esto y más, un instinto casi innato le había permitido sortear las piedras más complicadas. Algunas veces lo había hecho con sus propias manos, otras se había valido de herramientas, pero en la mayoría de los casos su esfuerzo, constancia y perseverancia habían estado presentes.
Le ilusionaban los días soleados porque lo llenaban de vida, los días fríos porque eran especiales para reunir a la familia en casa, los de lluvia porque invitaba a hacer tortas fritas o a leer un buen libro, los de viento porque se llevaban los recuerdos volando a través de las nubes. Así siempre era buen día para hacer algo diferente.
Su enorme positivismo era contagioso, bastaba verlo entrar y su buen humor y dinamismo eran como imanes para todos los que le rodeaban. Sin embargo, era una persona que como a cualquiera le sucedían contrariedades, dificultades, pero en lugar de quejarse o malgastar su energía intentaba focalizarse en lo que le pasaba para resolverlo, de lo contrario pasaba la hoja y seguía con su mejor rostro.
Había algo que lo impulsaba a no darse por vencido y a continuar.
Todos se preguntaban, cuál habría sido el legado que le había dejado su padre, lo que más les intrigaba era que él nunca había querido compartir ni una palabra. Las conjeturas y especulaciones se incrementaban con el correr de los años, pero con muchísima tranquilidad les contestaba: “Lo que he heredado de mi padre es algo muy personal”
Indudablemente, su hermetismo generaba todo tipo de dudas e inquietudes, las dudas eran directamente proporcionales a su silencio, y ante todo a esa forma de encarar la vida que resultaba envidiable.
Había algo que lo impulsaba a no darse por vencido y a continuar.
Un manojo de ilusiones eran las protagonistas de la herencia tan controvertida y confidencial, las que había guardado secretamente y cuidaba como el más preciado de los tesoros porque sabían que era su motor de vida.
Desde niño, las adversidades habían tocado a su puerta, había perdido a su padre siendo un niño, y su madre a partir de ese momento no había quedado en su sano juicio. Así había enfrentado la vida con entereza a pesar de que las circunstancias no eran las más favorables.
Su padre le había dejado una pequeña herencia la que el guardaba con inmenso cariño, de alguna manera ese legado era el que le había permitido sortear los diferentes contratiempos con los que se le enfrentaba día a día.
Dicen que hay mucho de heredado, otro tanto adquirido, pero Edmundo tenía un poco de todo esto y más, un instinto casi innato le había permitido sortear las piedras más complicadas. Algunas veces lo había hecho con sus propias manos, otras se había valido de herramientas, pero en la mayoría de los casos su esfuerzo, constancia y perseverancia habían estado presentes.
Le ilusionaban los días soleados porque lo llenaban de vida, los días fríos porque eran especiales para reunir a la familia en casa, los de lluvia porque invitaba a hacer tortas fritas o a leer un buen libro, los de viento porque se llevaban los recuerdos volando a través de las nubes. Así siempre era buen día para hacer algo diferente.
Su enorme positivismo era contagioso, bastaba verlo entrar y su buen humor y dinamismo eran como imanes para todos los que le rodeaban. Sin embargo, era una persona que como a cualquiera le sucedían contrariedades, dificultades, pero en lugar de quejarse o malgastar su energía intentaba focalizarse en lo que le pasaba para resolverlo, de lo contrario pasaba la hoja y seguía con su mejor rostro.
Había algo que lo impulsaba a no darse por vencido y a continuar.
Todos se preguntaban, cuál habría sido el legado que le había dejado su padre, lo que más les intrigaba era que él nunca había querido compartir ni una palabra. Las conjeturas y especulaciones se incrementaban con el correr de los años, pero con muchísima tranquilidad les contestaba: “Lo que he heredado de mi padre es algo muy personal”
Indudablemente, su hermetismo generaba todo tipo de dudas e inquietudes, las dudas eran directamente proporcionales a su silencio, y ante todo a esa forma de encarar la vida que resultaba envidiable.
Había algo que lo impulsaba a no darse por vencido y a continuar.
Un manojo de ilusiones eran las protagonistas de la herencia tan controvertida y confidencial, las que había guardado secretamente y cuidaba como el más preciado de los tesoros porque sabían que era su motor de vida.
Andrea Calvete