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COLORES DE VIDA

En una explosión casi impredecible comenzaron a aparecer uno a uno, sin pedir permiso se dispusieron con personalidad y encanto. Con protagonismo mágico se fueron esfumando en esa página que daba fin al día. Sí, cuando se trata de poner colores a los días no sólo es cuestión de entusiasmo hay una suerte de sucesos que son los que determinan el curso de esas tonalidades y matices.

Así poco a poco el tránsito se congestionó, era la hora pico la salida de los trabajos hizo que las calles quedaran iluminadas por los focos de los autos que con impaciencia pretendían avanzar en un intento casi imposible. Se armó de paciencia miró el reloj y vio que llegaría más tarde de lo previsto, intentó avisar a su casa pero su celular ya se encontraba con poca batería, alcanzó a mandar un WhatsApp diciendo: “ Está todo trancado, voy a llegar por lo menos a las ocho”.

La humedad con un perfil casi de llovizna le daba a la noche un toque casi parisino. Miró desde el ómnibus las edificios con ese pasado francés que lo trasladaron a otras épocas, pensó : ¿cómo sería el tránsito cincuenta años atrás, cómo se vestiría la gente, los aromas de la ciudad serían los mismos? Intentó contestarse una a una las interrogantes, y terminó recordando esa caja llena de fotos en sepia que había pertenecido a sus padres. Entre los objetos arrumbados por el tiempo apareció una vieja peineta de su bisabuela, de las última décadas del 1800, cuántos recuerdos, se la imaginaba con su falda por el tobillo y su cabello recogido con la peineta caminando por las veredas de Montevideo. Recordó los cuentos de su madre y vio a aquella maravillosa mujer una adelantada para su época parándose ante la vida con desenfado y contagiosa alegría.

El ómnibus no avanzaba, el atasco hacía que  las bocinas sonaran impertinentes, y la ansiedad presionara con cara de pocos amigos, pero a él ya no le importaba estaba dispuesto a disfrutar de esos minutos de descanso luego de esa larga jornada de trabajo. Intentó recorrer la última semana, revisó mentalmente su agenda pero el cansancio lo venció y se distrajo mirando un anuncio iluminado con diferentes luces de colores que decía: “Viví la vida, no desperdicies el tiempo” No alcanzaba a ver lo que seguía estaba sin los lentes, así que se quedó sin saber de qué era la publicidad. Sin embargo, más allá de esa imagen inconclusa una idea se presentó en su cabeza y decidió preparar una cena especial esta noche para su familia.

Eran las ocho y media cuando abrió el portón de su apartamento, estaba todo en silencio, seguramente también se habían demorado todos igual que él por el atascamiento de la hora pico. Se cambió se puso cómodo, abrió la heladera y manos a la obra, se sirvió una copa de vino, se puso música y comenzó a preparar unas empanadas de carne caseras con todo lo que había en la heladera. Al abrir uno de los cajones de la cocina en busca de una cuchilla, encontró un folleto con la publicidad que decía: “Viví la vida, no desperdicies el tiempo”. Pensó que era una persecución, demasiada coincidencia, no creía en coincidencias. Le sonó el celular, lo llamaba un viejo amigo para contarle que estaba enfermo y que lo quería ver. Lo escuchó atento y lo invitó a cenar con su familia esa noche.

Sí, cuando se trata de poner colores a los días no sólo es cuestión de entusiasmo hay una suerte de sucesos que son los que determinan el curso de esas tonalidades y matices. Hoy era un día para no desperdiciar el tiempo, y antes que nada celebrar la vida.

Andrea Calvete



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