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TESTIGOS DE LA LUZ

Solemos ser testigos de la luz diariamente, de la que se cuela por las ventanas, de la que ilumina nuestra alma, de la que enciende nuestros deseos, de la nos llena de energía o de la que nos despierta del letargo. Mil y una vez somos testigos silenciosos de este episodio mágico y escurridizo, volátil e intangible.

La luz es un fenómeno natural a través del cual los arquitectos se han expresado, han creado, dándole por momentos una orientación metafísica como lo han hecho en las catedrales góticas, en donde inmensos muros transparentes, han sido vehículos de formas, colores, mística e historia.

A través del arte gótico los vitrales no sólo han dibujado la belleza de catedrales y palacios , sino que también han sorprendido a los observadores permitiéndoles elevarse a una esfera supersensorial. Basta con entrar en una catedral y observar la luz que se tamiza por los cristales de las vidrieras, donde la luz funde y transfigura de manera sutil. Las vidrieras de colores oscuras, con tonos azules y violáceos  permiten crear en el interior un efecto sobrenatural que varía constantemente de acuerdo a los cambios atmosféricos y del sol. Posiblemente estos vitrales detallamente pensados y creados, pretendan maravillarnos y elevarnos entre el color y la magia de la luz que se extiende por entre las paredes. Así hipnotizados ante ese efecto óptico indescriptible acompañados por el silencio inmenso y solemne entremos en las alas de la meditación profunda.

Sin quererlos somos testigos de la luz, pero no somos conscientes de ello. Muchas veces recibimos el nuevo día con una mochila inmensa de problemas con nos dejan ni si quiera mirar ese primer rayo de luz que nos despierta, que nos dice buenos días. Es un milagro cada día poder ser partes de una amanecer o de un atardecer, y detenernos a contemplar esos minutos en los que la Naturaleza da rienda suelta a todos nuestros sentidos.

La luz está presente siempre, aunque algunas veces no la percibimos porque nos sentimos imbuidos entre las sombras, en días oscuros y pantanosos que parecen no dejar espacio para un posible un cambio.

Por momentos, la luz se sienta a nuestro lado, nos escucha, nos visita y ni si quiera la percibimos, porque estamos abstraídos indiferentes como si nada lograra sorprendernos. Sin embargo, cuando algún destello nos encandila miramos y percibimos que está allí haciéndonos compañía, y por más que hayamos transitado la vereda de la sombra, ella permanece allí como testigo silencioso de cada acto de nuestra vida.

Cuando tocamos fondo parece faltarnos el aire, agotarse el tiempo, deshilacharse los minutos, esfumarse las esperanzas y desvanecerse los posibles. Sin embargo, cuando todo parece oscurecerse un pequeño rayo de luz aparece por entre las rendijas. Ese rayo de luz insignificante, entra lenta y suavemente, se esparce y en la medida que permitimos que pase, la luminosidad se incrementa, y parece que la habitación se torna más aireada y confortable.

Y la luminosidad puede venir acompañada del llamado de alguien que se preocupa por nosotros, de la mirada atenta de quien nos escucha, de la mano suave que nos acaricia, o del abrazo sincero del que nos sostiene cuando el cuerpo parece que se quiebra. Testigos de la luz nos abrimos a un universo de posibles por descubrir y conquistar.

Andrea Calvete

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