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PELDAÑO A PELDAÑO

Cuando decidimos subir una escalera, para no perder el equilibrio y el sentido, es preciso mirar peldaño a peldaño, y así mantener el rumbo.

Enfocarnos en cada peldaño es pararnos en el aquí y ahora, en ese presente tan endeble y escurridizo, tan efímero e imposible por momentos de alcanzar. Sin embargo, aunque pueda resultar una ardua tarea detenernos en lo que nos ocupa aquí y ahora, es parte esencial para poder mirar hacia el pasado o futuro con la debida perspectiva.

Peldaño a peldaño, vamos subiendo uno nuevo tramo del camino. Del mismo modo, gradualmente cada gramo de trabajo se va incorporando a nuestra labor diaria en una suerte de construcción lenta pero segura, en la que van tomando forma el templo de nuestros días.

Es así, que no siempre esa construcción se hace de la mejor manera, algunas veces erramos al cálculo, equivocamos el camino, o simplemente perdemos el rumbo. ¿Por qué perdemos el rumbo?... Mil un motivo, personal, individual, pero muchas veces por ubicar nuestra mirada en los próximos peldaños, corriendo detrás de ese futuro que nos preocupa y del que no tenemos demasiadas certezas. Querer tener certezas, es algo que nos invade en forma permanente, quisiéramos poder responder tantas dudas, tantas incertidumbres, pero en la medida que subimos la escalera, comprendemos que es imprescindible respirar hondo y dejar que todo fluya de la mejor manera, porque por más que hagamos no todo puede estar bajo control, por el contrario muy poco va a ser lo que podamos realmente llevar a cabo sin tener que adaptarlo o ajustarlo al devenir.

Pero, si se trata de cintura, literalmente en la medida que pasan los años la perdemos. Sin embargo, referido a lo que la vida nos pone por delante, la cintura se mueve cada vez con mayor facilidad, producto de la experiencia y de los años vividos. Entonces, ya no le damos importancia a situaciones intrascendentes, o nos preocupamos por tonterías, y lo que antes era un problema ahora es un pequeño matiz por resolver.

También el hecho de no mirar el peldaño que estamos escalando está estrechamente vinculado con perder la calma, por ansiedad, por impaciencia, o por desesperación.

¿Quién no ha perdido la calma alguna vez? Seguramente muchísimas veces ha quedado lejos de nosotros, nos ha abandonado y ocasionado grandes problemas. Porque quien habla cuando está fuera de sí , no dice ni hace lo que debería, se deja conducir por su enojo o alteración. Sin embargo, lentamente trascendemos etapas y nos superamos en busca de mejorar.

¿Por qué perdemos la calma?¿Acaso el termostato salta fácil por el calor?, ¿O simplemente el poco aguante se ha puesto a jugarnos una mala pasada?... preguntas que solemos hacernos cuando decididamente nos desconocemos al dar algunas respuestas.

Seguramente, “hoy no tengo un buen día”, sea una de las respuestas más frecuentes a esta simple y repetida pregunta. Aunque me arriesgaría a decir que la respuesta está relacionada íntimamente con un yo personal que sólo cada uno de nosotros conoce, o al menos intenta descubrir día a día.

La calma se pierde gradualmente, el problema es cuando nos damos cuenta que la hemos perdido del todo, quizás ya sea tarde porque dijimos lo que no teníamos que decir o hicimos lo que no debíamos hacer. Uno de los principales síntomas cuando perdemos la calma es que nuestro cuerpo comienza a tensarse, el corazón puede latir más acelerado, y también puede elevarse nuestra temperatura corporal. Ante estos indicios es importante hacer una inspiración profunda para bajar los niveles de tensión.

Creo que a nadie le gusta sentirse tensionado, con dolor de cabeza o de espalda, sin embargo luego de varias situaciones en las que no logramos mantener el equilibrio, nuestro organismo comienza a cobrar factura. Del mismo, al no estar de muy buen humor comenzamos a discutir con quienes nos rodean por las cosas más insignificantes.

Quizás la calma se pierda por múltiples motivos, pero está en cada uno ver la forma de no desestabilizarnos a la mínima de cambio. Al respecto, tomarse los problemas con humor suele ser de gran ayuda, reírnos de ellos nos alivia, porque liberamos endorfinas y le quitamos importancia a la situación, y vemos que lo que nos ocurre no es tan grave como pensábamos.

La flor de loto o rosa del Nilo suele crecer entre el lodo, entre las impurezas, para flotar y ver la luz desarrollándose con perfección y gracia, también suele representar la pureza del cuerpo y el alma. Su belleza transmite paz y una energía muy especial, sobretodo en días donde se pierde con facilidad la calma.

Posiblemente, ningún mar en calma hizo a un experto marinero, por eso después de mucho navegar deberíamos poder crecer entre las aguas embarradas como lo hace la flor de loto y mostrar nuestra mejor sonrisa desde el corazón, convencidos que hemos trascendido un peldaño en la escalera de nuestro crecimiento personal.

Andrea Calvete

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