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“NADA NOS ENGAÑA TANTO COMO NUESTRO PROPIO JUICIO”

Es muy común idealizar situaciones, juzgar indebidamente y sacar conclusiones apresuradas, a la hora de mirar a quien tenemos al lado. Tantas veces decimos: “¡qué suerte tiene tal persona!”, o “¡cómo me gustaría estar en su lugar!”, sin ponernos a analizar realmente qué es lo que estamos observando, simplemente nos dejamos llevar por la primera impresión, o por la simple fantasía que se instala en nuestra mente y nos deja ver sólo lo que deseamos.

Por otra parte, lo que percibimos ¿cuánta carga emotiva tiene aderezada? ¿Acaso nos desprendemos de todos nuestros miedos, inseguridades, angustias, enojos…? El inconsciente obra de forma compleja. Por eso, cuando nos enfrentamos a analizar una situación es necesario desprendernos de los prejuicios y todo lo que esté a nuestro alcance e incida en ese juicio que realizamos de forma apresurada. Al respecto, Leonardo Da Vinci expresa que “nada nos engaña tanto como nuestro propio juicio”.

Algunas personas son muy positivas y dejan ver ese lado de luz que las ilumina, sin embargo, tienen muchísimos problemas. Por el contrario, existen otras que sólo dejan aflorar su parte oscura o negativa aunque la vida les sonría día a día. Problemas todos tenemos, lo importante es de qué modo los asumimos, para comenzar a aceptarlos o trabajar para su cambio.

Seguramente, cuando un médico escucha a un paciente y a su familia oye dos versiones diferentes: el enfermo habla desde su patología, su sufrimiento, mientras que sus familiares lo hacen desde el dolor que les ocasiona esa situación, que en ocasiones es difícil de manejar. Quizás ambos argumentos sean correctos vistos desde cada perspectiva, sin embargo, representan las dos caras de la misma moneda.

Del mismo modo, ante una misma situación o problema pueden existir múltiples perspectivas y respuestas, ¿cuál es la justa, la perfecta? La respuesta estará en cada uno, en su sentir, en sus vivencias, en su ser más profundo. Para poder vivir en armonía debemos respetar otras opiniones, aunque no se ajusten a las nuestras, escuchar argumentos, analizar y convivir con distintas propuestas que son parte de esas riquísimas vivencias que vamos acumulando.

La vida es como el arcoíris, incluye todos los colores, en ella todos tienen cabida, y la mezcla de todos genera ese maravilloso universo de tonalidades que gratifican los sentidos. Del mismo modo, las posibilidades de resolver una situación son infinitas y la gama de respuestas es amplísima.

Y de regreso a la primera impresión, están aquellos que sostienen que es la que vale, pero les pregunto ¿cuántos chascos se han llevado, es oro todo lo que reluce? Antes de juzgar a los demás es importantísimo mirarnos a nosotros mismos, quizás sea el primer paso para no lanzar la piedra con tanta facilidad, posiblemente nos rebote y nos lastime.

A la hora de mirar a quienes nos rodean, es necesario observar, clavar una mirada al corazón, a ese ser profundo que quizás esté oprimido, lleno de angustia y preocupaciones, pero algunas veces oculto bajo una fuerte caparazón impenetrable.

¿Qué es lo que dejamos ver de nosotros mismos?

Seguramente lo que nos incomode o lastime, lo que nos impida sentirnos bien, lo ocultemos en el lugar menos visible. Contrariamente permitamos surgir lo bueno, lo que nos da energía vital. Sin embargo, en este análisis cabe cuestionarse ¿por qué las miserias humanas son lo que primero negamos u ocultamos?, ¿es que no podemos o queremos aceptar nuestras debilidades, nuestros errores, nuestros lados oscuros?

Si nos ponemos a pensar, poco dejamos ver lo que realmente somos, ¿cómo es posible que la persona que tenemos al lado juzgue tan rápidamente qué es lo que nos sucede? Del mismo modo ¿cómo podemos juzgar nosotros con tanta facilidad lo ajeno?

Y ante los cuestionamientos planteados, es relevante antes de dar una respuesta o emitir una opinión, detenerse e intentar ponernos en el lugar del otro, si es posible escuchar su versión, mirarlo a los ojos intentando llegar a esa persona con autenticidad y sin preconceptos.

Los prejuicios y los preconceptos son grandes aliados a la hora de interceder en nuestros juicios, quizás sus raíces más profundas las encontremos en nuestra educación y en lo que percibimos diariamente a través de los distintos medios de información. Sin ser conscientes incorporamos prototipos, parámetros aceptados, “bien vistos”, y me pregunto ¿por quién?, ¿quién más importante que nuestra mente para juzgar lo que creemos es correcto e incorrecto?, y he aquí otro problema sobre el que hablaríamos horas… pero entraríamos en otro tema.

La columna vertebral del otro lado de la moneda es que tiene dos caras, y vemos la que podemos o queremos ver. Aquí existe una correlación importante entre estos dos verbos aparentemente diferentes pero que están muy vinculados. Vemos lo que queremos, en definitiva, lo que no podemos ver es porque lo negamos o no queremos hacerlo.

Dicen que querer es poder, cuando algo se ansía y se desea con fervor sencillamente con tesón, trabajo y esmero se logra. Nadie dice que sea fácil, pero tampoco imposible.

Entonces, cuando nos paremos a analizar a la persona que tenemos al lado, primero detengámonos a mirarnos unos instantes al espejo. Luego será más sencillo observar desde el corazón a ese semejante, en un desdoblamiento de nuestro yo, en un desapego con nuestro ser, porque cuando comenzamos a trascender nuestros problemas, motivos y desvelos en pro de ayudar a quien tenemos al lado, crecemos, evolucionamos como seres humanos , en este hermoso y arduo camino llamado vida.

El tema de ver las dos caras de la moneda ha sido utilizado millones de veces, pero si bien suena algo mercantil, no deja de tener un significado profundo, que implica apertura, desdoblamiento para solidarizarnos con nuestros semejantes y, en definitiva, en la búsqueda del crecimiento personal tan necesario para no estancarnos y seguir adelante haciendo frente a lo que nos toca cada día.

Y a propósito de lo que vemos los invito a sentarse frente al mar y compartir el diálogo entre un maestro y su discípulo, en busca de descubrir cómo percibimos o vemos lo que tenemos delante de nosotros.

Frente al mar
Sentados descalzos frente al mar, el ma

estro preguntó a su discípulo que veía.

El discípulo cargado de emoción por la maravilla que tenía ante sus ojos dijo- maestro, veo un mar azul quieto bajo un cielo celeste apacible.

El maestro volvió a preguntar -¿qué ves?

El discípulo algo nervioso, y titubeando dijo- un mar azul, pequeños peces que saltan, y un cielo con distintos matices de colores.

El maestro volvió a preguntar - ¿qué ves?

El discípulo no entendiendo respondió- maestro, veo lo mismo que ves tú, un mar, un cielo y una playa inmensa-

El maestro volvió a preguntar- ¿qué ves?

No sé qué quieres que vea, te repito, veo lo que vemos ambos- dijo asombrado

El maestro permaneció unos minutos en silencio mirando hacia el horizonte y volvió a preguntar- ¿qué ves?

El discípulo dijo- veo un mar lleno de vida, de corrientes, de olas, de peces, bajo un cielo magnífico, y un aire fresco que abre nuestros pulmones. También puedo percibir que muchas veces he entrado al agua sin miedo, que otras he tenido temor y me he quedado afuera, otras tantas el baño me ha purificado… ¿sigo?

El maestro satisfecho respondió- no, es suficiente, has visto que ante el mismo lugar has experimentado muchísimos sentimientos, sensaciones, vivencias, tan sólo recuerda que día a día irás descubriendo nuevas cosas, sólo depende de ti la apertura que tengan todos tus sentidos ante la vida, no te cierres.

Andrea Calvete

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