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NO SE PUEDE MATAR A UNA IDEA


Llega julio húmedo y frío, con su pilot y sus botas puestas. Camina decido mientras su barba grisácea se pierde entre la bruma del atardecer.  Así, las ideas buscan iluminarse para no perecer en el melancólico ronquido invernal, al tiempo que se congregan alrededor de un chocolate caliente que las haga sentir con vida.

Reunidas en torno a la estufa de leña, las ideas se pierden con la mirada absorta en el fuego, con ese chispear vivo y cautivante, parecen fugarse a una dimensión en el que el invierno no puede entrar. 

La más débil, cansada de no iluminarse, comienza un relato que deja a todas cautivas:
    -Hace muchos años atrás cuando yo era muy joven, un señor llegó con su metralleta e intentó bajarme en el primer tiro. Recuerdo que lo miré aterrada y pensé: "en cuanto el metal me atraviese desapareceré". Sin embargo, para mi sorpresa lo esquivé con tanta facilidad, que quedé atónita. Así los balazos se fueron sucediendo y yo me fui moviendo cada vez con mayor destreza. Finalmente, luego de mucho andar, comprendí que al refugiarme en la mente no hay impedimento que me detenga o destruya, porque allí puedo transitar con absoluta libertad- dijo la idea un poco más fortalecida.

Sus acompañantes la miran sorprendidas, no comprenden porque se siente abatida, cansada y deprimida, menos cuando ha dado una explicación tan clara y alentadora. Sin embargo, no se animan a preguntar nada, se limitan a perderse en la danza del fuego hipnotizadas por su magia.

La idea ahogada, ensimismada en su propio problema, en su más profunda angustia, continuá:
   -No me siento bien, creo que he enfermado por prohibir lo que deseo y priorizar lo que no deseo. Sin embargo creo que tengo la curación en mis propias manos: desafiaré a mis prohibiciones, las desobedeceré y daré paso a lo que quiero. Suena sencillo, pero sé que no es fácil pararme frente a lo hago y decir ¡basta, tomaré las riendas de mi camino! Y no estoy solamente yo enferma, me acompañan unos cuantos que viven contrariados en sus propias prohibiciones, rehenes de no saber vivir, de desperdiciar sus minutos-  dice ya más tranquila.

Al momento, la más madura y entrada en años, rompe el silencio, se pone de pie y la abraza.
   -No tengas miedo, has tomado la decisión correcta, no se puede andar por la vida negando lo que nos pasa, esquivando las balas, haciendo equilibrio sobre un hilo. Para poder andar es necesario caerse, equivocarse, lastimarse y tocar fondo. No somos invencibles, a veces nos derrumbamos como cualquiera, enfermamos, pero tenemos la posibilidad de sobreponernos porque para las ideas siempre hay un rincón donde el sol brilla, donde los amaneceres tienen los mejores aromas, colores, sabores, sonidos y texturas para renacer cada día-

Así, todas unidas alrededor del fuego unen sus tazones y brindan, conscientes que ni las balas, ni los malos tratos, ni la represión más atroz han podido nunca matar a una idea.

No se pueden matar las ideas. Etéreas e intangibles vuelan libres sin barreras que las detengan, sin inquisidores que las paren, ni hogueras que las aniquilen, torturas que las extingan, ni represión que les haga frente, porque  por más que nieguen su existencia están y permanecen más allá del alcance de la mano que las quiera hacer desaparecer. Tienen esa suerte de habitar en mundo mágico, donde todo es posible, donde se puede acceder por puertas misteriosas a lugares donde su existencia permanece intacta.

Andrea Calvete




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