¿LO BUENO CUESTA CARO?
Dicen que un vaso de felicidad se paga con un barril de tristeza, y no deja de tener sentido, ya que tanto la felicidad como la tristeza no son constantes, sino que se contraponen haciéndose finitos hasta sobreponerse una por encima de la otra.
Un error muy común es creer que todo es para siempre, cuando en realidad tan sólo somos dueños de un pequeño cuerpo que cambia de forma constante y del que poco dominio tenemos. Todo pasa en ese devenir que fluye, mientras que lo que queda forma en nosotros nuestra verdadera esencia.
Pero además, ¿por qué un vaso de tristeza no se puede saciar con uno colmado de felicidad? Todo es muy relativo y depende de la situación o circunstancia que estemos transitando. Sin embargo, se aleja de esa relatividad lo que es bueno, ya que se ve empapado de sacrificio, esfuerzo, trabajo, tesón, compromiso, entrega, es decir, amor. Por lo tanto, tiene un costo elevado que si bien redundará en buenos términos, no se lograrán de la noche a la mañana.
Del mismo modo, cuando vamos a comprar cualquier producto al mercado se rige por esta regla, y por más que queramos ahorrar, terminamos comprobando que lo bueno sale caro. Y tiene un porqué: horas de trabajo, materias primas de buena calidad, lo que a la larga se proyecta en su duración que se hace más prolongada.
Y como vivimos insertos en una sociedad de consumo todo tiene un costo, nada es gratis, todo es a cambio de algo. Si miramos nuestro cuerpo trabaja de la misma forma, todo se da gracias y porque algo sucede que permite que cada parte de nuestro organismo funcione, y cuando una parte del cuerpo empieza a funcionar mal, el organismo enferma.
Sin embargo, en la actualidad todo es descartable, desechable, sustituible, rápidamente perecedero, y de esta forma también se ven contaminadas las relaciones personales, que se rompen con facilidad y suelen ser algunas veces poco duraderas.
Aunque los vínculos pueden ser fortalecidos, si se cultivan lentamente desde el esfuerzo por conocer y dar lo mejor hacia la otra persona. De este modo se hacen más sólidos y contundentes, se construyen así sobre cimientos fuertes que posiblemente no arranque el primer viento que arremeta.
Por otra parte, que algo cueste tiene relación directa con el sabor de la conquista, de desafiarse a uno mismo, de intentarlo bajo viento y marea, de proyectarse más allá de cualquier impedimento. Este aderezo es esencial para mantener una llama viva, el motor encendido y el sí puedo en los labios.
Aunque, hoy por hoy decir que lo bueno cuesta caro es ir contra las reglas de consumo, contra las pautas sociales en las que todo debe ser rápido, sencillo, a bajo costo y sin demasiado esfuerzo, alcanza con presionar un botón para conseguirlo. Sin embargo, vemos un sinfín de personas insatisfechas luego de realizar su “maravillosa adquisición”, porque la esencia de sentirnos bien o plenos es mucho más profunda y está relacionada con esa búsqueda personal, interior que tiene un costo elevado.
El costo de esta búsqueda se encarece porque hay que llenarla de esfuerzo, sacrificio, tiempo, paciencia, trabajo, dedicación y toma de consciencia. Si bien algunas veces sucede que todo se da muy rápido y casi sin esfuerzo, se podría evaluar como un hecho fortuito, o mejor dicho, producto quizás de lo que sin darnos cuenta hemos cosechado con mucho esfuerzo y está dando sus frutos.
No se puede ir contra la naturaleza misma, la semilla se planta, se riega, germina y lentamente va creciendo la planta, lleva tiempo, cuidado y paciencia. Del mismo modo, cuando nuestro accionar se ve empapado por estos conceptos, lentamente vamos viendo los resultados de esa cosecha en la que ponemos lo mejor de nosotros y eso se refleja.
Cuanto más costoso es el entramado que entrelazamos más bonito se aprecia el tejido. Posiblemente, los años son los mejores profesores al mostrarnos que todo lleva su tiempo, su sacrificio y esfuerzo, nada se logra de la noche a la mañana, y menos cuando nuestro plan es hacer algo que nos haga sentir plenos y satisfechos.
Andrea Calvete
Un error muy común es creer que todo es para siempre, cuando en realidad tan sólo somos dueños de un pequeño cuerpo que cambia de forma constante y del que poco dominio tenemos. Todo pasa en ese devenir que fluye, mientras que lo que queda forma en nosotros nuestra verdadera esencia.
Pero además, ¿por qué un vaso de tristeza no se puede saciar con uno colmado de felicidad? Todo es muy relativo y depende de la situación o circunstancia que estemos transitando. Sin embargo, se aleja de esa relatividad lo que es bueno, ya que se ve empapado de sacrificio, esfuerzo, trabajo, tesón, compromiso, entrega, es decir, amor. Por lo tanto, tiene un costo elevado que si bien redundará en buenos términos, no se lograrán de la noche a la mañana.
Del mismo modo, cuando vamos a comprar cualquier producto al mercado se rige por esta regla, y por más que queramos ahorrar, terminamos comprobando que lo bueno sale caro. Y tiene un porqué: horas de trabajo, materias primas de buena calidad, lo que a la larga se proyecta en su duración que se hace más prolongada.
Y como vivimos insertos en una sociedad de consumo todo tiene un costo, nada es gratis, todo es a cambio de algo. Si miramos nuestro cuerpo trabaja de la misma forma, todo se da gracias y porque algo sucede que permite que cada parte de nuestro organismo funcione, y cuando una parte del cuerpo empieza a funcionar mal, el organismo enferma.
Sin embargo, en la actualidad todo es descartable, desechable, sustituible, rápidamente perecedero, y de esta forma también se ven contaminadas las relaciones personales, que se rompen con facilidad y suelen ser algunas veces poco duraderas.
Aunque los vínculos pueden ser fortalecidos, si se cultivan lentamente desde el esfuerzo por conocer y dar lo mejor hacia la otra persona. De este modo se hacen más sólidos y contundentes, se construyen así sobre cimientos fuertes que posiblemente no arranque el primer viento que arremeta.
Por otra parte, que algo cueste tiene relación directa con el sabor de la conquista, de desafiarse a uno mismo, de intentarlo bajo viento y marea, de proyectarse más allá de cualquier impedimento. Este aderezo es esencial para mantener una llama viva, el motor encendido y el sí puedo en los labios.
Aunque, hoy por hoy decir que lo bueno cuesta caro es ir contra las reglas de consumo, contra las pautas sociales en las que todo debe ser rápido, sencillo, a bajo costo y sin demasiado esfuerzo, alcanza con presionar un botón para conseguirlo. Sin embargo, vemos un sinfín de personas insatisfechas luego de realizar su “maravillosa adquisición”, porque la esencia de sentirnos bien o plenos es mucho más profunda y está relacionada con esa búsqueda personal, interior que tiene un costo elevado.
El costo de esta búsqueda se encarece porque hay que llenarla de esfuerzo, sacrificio, tiempo, paciencia, trabajo, dedicación y toma de consciencia. Si bien algunas veces sucede que todo se da muy rápido y casi sin esfuerzo, se podría evaluar como un hecho fortuito, o mejor dicho, producto quizás de lo que sin darnos cuenta hemos cosechado con mucho esfuerzo y está dando sus frutos.
No se puede ir contra la naturaleza misma, la semilla se planta, se riega, germina y lentamente va creciendo la planta, lleva tiempo, cuidado y paciencia. Del mismo modo, cuando nuestro accionar se ve empapado por estos conceptos, lentamente vamos viendo los resultados de esa cosecha en la que ponemos lo mejor de nosotros y eso se refleja.
Cuanto más costoso es el entramado que entrelazamos más bonito se aprecia el tejido. Posiblemente, los años son los mejores profesores al mostrarnos que todo lleva su tiempo, su sacrificio y esfuerzo, nada se logra de la noche a la mañana, y menos cuando nuestro plan es hacer algo que nos haga sentir plenos y satisfechos.
Andrea Calvete