EL COLOR DE LA PARTIDA
La luz sigue fluyendo, él la espera con una mirada trasparente y una sonrisa sincera, la toma de su mano, la abraza y recibe porque hace muchos años que la espera. Se besan y reencuentran.
Las partidas llegan y nos interpelan, nos dejan mudos, perplejos, con un nudo en el pecho, y un profundo dolor que nos aplasta. La muerte se viste de gala y con prepotencia se asoma, y allí la vemos pararse desafiante, despiadada, para llevarse con su hoz a su presa. Luce ropas oscuras y repta artera hasta que logra su cometido, no lo importa tiempos ni motivos, cuando elije a su víctima no hay quien la detenga.
Y así quedamos boca abiertos porque nos lleva a los seres más queridos, a los que necesitamos a nuestro lado, no le importa cuando se dispone a gatillar no hay quien la pare. ¿Por qué siempre nos agarra mal parados, por qué es tan difícil aceptar su arribo, por qué deja ese dolor fuerte en el pecho? Parecería, que gozara con nuestro sufrimiento, como si fuera parte de su perversa diversión.
Pero por más que se empeñe en destrozarnos la vida no lo logra, porque con mucho sacrificio vamos enfrentando nuestros duelos, y lentamente nos sobreponemos, nos aferramos a ese nexo que queda intacto con la persona que nos ha quitado, porque ella no es capaz de borrar los sentimientos puros y verdaderos que dejó el ser que ha partido.
Los duelos los vamos enfrentando como podemos, y algunas veces no caminan de la mano lo que uno quiere con lo que hace. Lleva tiempo lograr equilibrar nuestras emociones, cumplir las diferentes etapas del duelo, cada cual a su modo.
Con el paso del tiempo nos ubicamos en los rincones donde duelen menos las partidas, desde donde los recuerdos llegan a atemperar el sufrimiento, y el corazón palpita en sintonía con ese ser que ha partido pero aún sigue vivo en nosotros.
Sin embargo, alguna lágrima de vez en cuando nos visita, y no porque no hayamos hecho el duelo, sino porque también a través de ellas se fluyen las emociones, los sentimientos más espontáneos y sinceros.
La muerte se puede llevar los cuerpos de quien se le atoje, pero la esencia del ser no es capaz de rozarla, esa querida persona que ha capturado con sus devastadoras garras, flota en el universo y habita en cada poro de nuestra piel, y en el latido que vibra con cada rayo de sol al despertar el día.
Cada uno podrá pintar la partida de su ser querido con los colores que le plazca, con lo que le nazca en el momento. Una paleta infinita de tonalidades integran de este cuadro tan importante de plasmar, de expresar y sentir para poder transitar de la mejor manera esta perdida.
Andrea Calvete