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CUANDO DE LÁGRIMAS SE TRATA


Tantas veces nuestro corazón sufre, no encuentra consuelo, y nos hallamos ante un verdadero laberinto, del cual nos es prácticamente imposible salir. Donde las razones pierden el sentido, y las respuestas se alejan tan distantes que no alcanzamos a distinguirlas.

¿Es qué acaso alguien merece nuestras lágrimas?, quizás quien esté sufriendo por un desencanto o desilusión conteste rápidamente que sí a esta pregunta. Por otra parte, si nos ponemos a pensar en algún momento de la vida todos hemos sufrido por causa de una persona. Entonces, ¿ cómo encarar el dolor?

Dice un viejo proverbio que “ninguna persona merece tus lágrimas, y quien las merezca no te hará llorar”, porque quien realmente nos quiere o aprecia no nos hará llorar, por el contrario, intentará hacernos sonreír y vibrar. Nos valorará tal cual somos, y es posible que su mirada nos realce, pues los ojos del amor tienen esa virtud de embellecerlo todo.

Aunque a un corazón partido no es sencillo consolarlo, ni darle consejos, pues en el medio de su dolor no verá más que sombras. Seguramente en lo profundo de su alma encuentre el dolor por haber confiado en alguien que lo defraudó.

Rabindranath Tagore expresa que “si por la noche lloras por no ver el sol, las lágrimas te impedirán ver las estrellas”. Por lo tanto, es primordial secar esas lágrimas y mirar lo que nos rodea, pues ese mismo dolor no nos permita ver situaciones que realmente importan, y que podrían significar un cambio para ese sufrimiento.

Asimismo, no está mal llorar, aunque dicen que es cosa de mujeres, no es cierto, los hombres también lloran, así lo expresa Benedetti “llorá nomás botija son macanas, que los hombres no lloran, aquí lloramos todos”

Mas quien no derrama una lágrima es porque su corazón ha dejado de latir, ha quedado anestesiado frente a cualquier situación, y eso tampoco es natural, porque por más dura que sea la vida no podemos dejar de sorprendernos, de conmovernos ante las distintas situaciones que se presentan y que son dignas de promover todos nuestros sentidos, pues estamos vivos.

Desahogarse es bueno, “las lágrimas derramadas son amargas, pero más amargas son las que no se derraman”. Es necesario sacar todo eso que nos oprime el pecho, que nos angustia, pero no permitamos que el dolor nos paralice, pues cada lágrima derramada deberá ser una gota que nos impulse a avanzar y a sobreponernos. Es por eso que muchas personas luego de llorar manifiestan un gran alivio.

Según Buda “el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional”. Por lo tanto, lo importante es el modo como hacemos frente a esta situación, está en cada uno velar de por vida un problema, o encararlo para continuar en pie, pues la vida es devenir, es cambio, y si nos paralizamos no nos espera.

El verdadero dolor, el que nos hace sufrir profundamente, hace a veces serio y constante hasta al hombre irreflexivo; incluso los pobres de espíritu se vuelven más inteligentes después de un gran dolor.

Pero la psiquis humana es muy compleja, y aún cuando las cosas parecen haber sido superadas, de pronto aparecen desde lo más profundo. Es por eso que cuando quedamos paralizados frente a una situación dolorosa debemos encender una luz de alarma. Si el dolor se convierte en sufrimiento, y no nos permite llevar a cabo nuestras actividades en forma normal, entonces la situación se complica. No podemos permitir que nada ni nadie nos impida vivir, ya sea por miedo, angustia o tristeza, quizás todos estos sentimientos formen parte de ese dolor que nos anestesia y aniquila. El dolor tantas veces conlleva a situaciones depresivas importantes que de no ser tratadas pueden llegar a complicarnos seriamente la existencia. En tal sentido, Freud expresa “recordar es el mejor modo de olvidar”, pues significa asumir lo que nos ha ocurrido.

Pero quien se encuentra en una situación donde el corazón ha quedado desgarrado, difícilmente haga caso a consejos, a sugerencias, pues el dolor enceguece y no permite ver más que el sufrimiento. Es aquí donde se debe intervenir, este punto es trascendental para no quedar atrapados en el sufrimiento como una mosca en la tela de una araña. Para ello debemos pararnos delante de esa situación que nos aniquila y tener muchas agallas de tomar una resolución definitiva para poder dejar atrás este suceso y continuar. Este punto sino podemos llevarlo a cabo por nosotros mismos la ayuda de profesionales en salud mental, la familia y amigos será primordial.

Según Nietzsche “lo que no nos mata nos fortalece”. Detengámonos a pensar cuantas veces luego de varios días de padecer una virosis, nuestro organismo lucha hasta que nuestro sistema inmunológico logra vencer el mal. Del mismo modo, nuestra alma, espíritu se fortalecen tras parecer hundirse en las aguas más turbulentas, porque el ser humano tiene esa capacidad o se instinto de conservación que lo lleva a superar las pruebas más duras. Aquí habrá quienes hablen de fe, otros de voluntad, tesón, pero más allá de las motivaciones o las herramientas las personas salimos adelante.

A lo largo de nuestra vida cualquier tipo de pérdida trae como resultado el dolor. La forma de respuesta a esa pérdida está íntimamente relacionada con nuestra personalidad, cultura y nuestras creencias. En 1969 la psiquiatra Elisabeth Kubler-Ross publicó el libro “La muerte y el moribundo”. En él hace referencia a los cinco escenarios de una pérdida que son: la negación, el enfado, la negociación, la depresión y por último la aceptación.

El escritor italiano Arturo Graf quien expresa que “la vida es un negocio en el que no se obtiene una ganancia que no vaya acompañada de una pérdida”, por eso está en cada uno la fuerza que pongamos para sobreponernos a los momentos que nos causan dolor, de modo de aceptar lo que nos ha sucedido y continuar el camino. Mas estará en cada uno ver el medio vaso vacío o lleno. En este proceso de superación, es muy importante lo que pongamos de nosotros mismos, pues como bien señala Eduardo Galeano “al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”

Cuando de lágrimas se trata, cada uno las libera a su manera y a su tiempo, son purificadoras y sanadoras en la medida que las dejamos fluir y las derramamos convencidos que es la mejor forma de sanar nuestro corazón herido.

Andrea Calvete

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