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UN MISTERIO PARA SER VIVIDO

Dar la dimensión real de lo que nos sucede se desdibuja en la medida que los sentimientos se interponen, los recuerdos se paran como obstáculos, las excusas se amurallan, y la negatividad impera, entonces nos paramos en arenas movedizas que poco nos dejan andar.

Uno de las dificultades a las que nos enfrentamos y posiblemente no seamos demasiado conscientes es nuestro ego. Porque hay egos muy mal entendidos, que hacen sentir a las personas superiores, con mayor sabiduría, mejores por el motivo que sea… y olvidan que todas esas cualidades se opacan y evanecen en la medida que el ego brilla por encima de los sentimientos, de la humildad y el don de gente.

De los sentimientos deberíamos aprender tantas cosas, a que son fieles, genuinos, y que son capaces de acompañarnos de acuerdo a lo que nos sucede, para despertar en nosotros ese estado de ánimo que acompaña a la situación que nos toca vivir. Sin embargo, algunas veces reprimimos ciertos sentimientos por vergüenza, culpa, temor, o por el simple hecho de que no querer demostrar nuestra vulnerabilidad, la que nos vuelve personas sensibles y comprometidas con nuestros semejantes.

La humildad nos permite aprender de los seres que nos rodean, comprendemos que todos necesitamos los unos de los otros, y que cada uno de nosotros somos seres únicos e irrepetibles, de allí que siempre tengamos algo para aprender de cualquier persona. Aprender es un camino interminable que nos conduce a enriquecernos día a día. Quien mira con humildad ubica el brillo de sus pupilas en dirección horizontal, de forma que en ese mismo plano de armonía se desarrolla la energía que despliega hacia un semejante. En la medida que nuestro ego se infla nuestra mente pierde fuerza y se empequeñece, y en lugar de sumar restamos y lejos quedamos de superarnos.

El don de gente es algo que quizás no se enseñe literalmente en los libros, escuelas o universidades, se respira en el hogar, en la búsqueda por superarnos y ser mejores personas, de abrirnos al cambio, a estar dispuestos a ser solidarios y fraternos con quienes nos rodean, a tener valores que nos lleven a respetar a los demás, pero primero debemos empezar por nosotros mismos. De nada servirá adquirir grandes títulos y honores si cuando un amigo nos precisa le cerramos la puerta en la cara, o seguimos de largo distraídos por la vida sin detenernos a ver lo que pasa a nuestro alrededor. Ese don de gente aparece cuando alguien te ayuda sin esperar nada a cambio, cuando te brinda su mano o su hombro porque sabe que lo precisas, o cuando alguien se alegra genuinamente porque estás feliz, y esto tiene que ver con la generosidad. Ese don de gente se aleja cuando no dejamos lugar para el diálogo, el entendimiento poniendo sobre la mesa a ese ego impertinente y mal entendido del que tantas personas se visten y caminan por la vida llevándose por delante a todos los que se le interponen en el camino, porque para ellos la vida es un problema a ser resuelto en el que vale cualquier herramienta para alcanzar sus fines. Pero, se olvidan que la vida no es un problema para ser resuelto sino un un misterio para ser vivido.

Andrea Calvete

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