DE LA MANO DE LA PERSEVERANCIA
Cuando tocamos fondo parece faltarnos el aire, agotarse el tiempo, deshilacharse los minutos, esfumarse las esperanzas y desvanecerse los posibles. Sin embargo, cuando todo parece oscurecerse un pequeño rayo de luz aparece por entre las rendijas.
Ese rayo de luz insignificante, entra lenta y suavemente, se esparce y en la medida que permitimos que pase, la lumininosidad se incrementa, y parece que la habitación se torna más aireada y confortable. En estos momentos, surgen recuerdos, reproches, desencuentros, nuestra cabeza se cuestiona todo, porque cuando se llega al límite uno agudiza los sentidos, e intenta encontrar alguna explicación. Entonces hurgamos en la valija de los recuerdos y aparece este viejo refrán: “Persevera y triunfarás”. Nos paramos ante él y lo miramos con desconfianza, de reojo, porque poco lugar quedan para las posibilidades, para emprender de nuevo la marcha.
Sin pensarlo, alguien nos llama, nos escribe, o nos lo encontramos por casualidad, y nos dice algo que permite que ese pequeño rayo de luz que se ha colado por la ventana se amplíe, y que ese corazón que palpitaba anémico comience a latir nuevamente. Entonces ese viejo proverbio toma forma, se materializa nos da una palmada en la espalda, y nos invita a confiar nuevamente a creer que es posible.
La falta de confianza y el descreimiento nos paralizan, nos hacen cuestionar hasta lo incuestionable, nos dejan atados de pies y de manos. Sin embargo, no es hora de preguntarnos por qué llegamos a tocar fondo, no hay tiempo, sólo es momento de recomponernos y seguir adelante, de levantarnos y no quedarnos sentados a la espera de algo que no sucederá si nos paramos y damos el primer paso.
Ese primer paso es el que nos permite abrirnos a la esperanza, al si puedo, o al menos lo voy a intentar, porque intentar requiere pararse con fortaleza, con decisión y con ganas, con el entusiasmo puesto en la piel, y el trabajo humedeciendo las manos, así es posible entonces engranar el motor, y retomar la marcha.
Con la primera puesta arrancamos, lentamente el embrague lo vamos soltando, y al ver que el cambio entró perfectamente y la marcha es certera, nos emprendemos a poner segunda, porque sabemos que el motor ya precisa más energía. De eso se trata, de ir incrementando la energía, las posibilidades, el entusiasmo y las ganas para poder ir avanzando a la marcha que requiera nuestro organismo. Entonces resuena nuevamente ese viejo proverbio: “Persevera y triunfarás”, y sin darnos cuenta nos trasladamos a años atrás en nuestras vidas y vemos que ya hemos perseverado otras veces, y comprendemos que mucho de lo que hacemos ya lo hemos aprendido, sólo es cuestión de ponerlo en práctica.
Continuamos la marcha, ya el motor requiere mayor velocidad y destreza, ponemos tercera, adelantamos un tramo más, la luz se vuelve más potente e insiste en mostrarnos el camino. Ya no dudamos continuamos confiados en que podemos, entonces escuchamos en nuestro interior una voz que nos impulsa a avanzar y a poner cuarta. Así lo hacemos porque ya estamos decididos a continuar y a no detenernos.
Con una marcha estable atravesamos el camino, ya a una velocidad constante y más elevada, la marcha se incrementa al igual que la entereza y la perseverancia de continuar, y así proseguimos ahora con la quinta a toda marcha no nos detenemos, porque la meta es el camino.
Andrea Calvete
Ese rayo de luz insignificante, entra lenta y suavemente, se esparce y en la medida que permitimos que pase, la lumininosidad se incrementa, y parece que la habitación se torna más aireada y confortable. En estos momentos, surgen recuerdos, reproches, desencuentros, nuestra cabeza se cuestiona todo, porque cuando se llega al límite uno agudiza los sentidos, e intenta encontrar alguna explicación. Entonces hurgamos en la valija de los recuerdos y aparece este viejo refrán: “Persevera y triunfarás”. Nos paramos ante él y lo miramos con desconfianza, de reojo, porque poco lugar quedan para las posibilidades, para emprender de nuevo la marcha.
Sin pensarlo, alguien nos llama, nos escribe, o nos lo encontramos por casualidad, y nos dice algo que permite que ese pequeño rayo de luz que se ha colado por la ventana se amplíe, y que ese corazón que palpitaba anémico comience a latir nuevamente. Entonces ese viejo proverbio toma forma, se materializa nos da una palmada en la espalda, y nos invita a confiar nuevamente a creer que es posible.
La falta de confianza y el descreimiento nos paralizan, nos hacen cuestionar hasta lo incuestionable, nos dejan atados de pies y de manos. Sin embargo, no es hora de preguntarnos por qué llegamos a tocar fondo, no hay tiempo, sólo es momento de recomponernos y seguir adelante, de levantarnos y no quedarnos sentados a la espera de algo que no sucederá si nos paramos y damos el primer paso.
Ese primer paso es el que nos permite abrirnos a la esperanza, al si puedo, o al menos lo voy a intentar, porque intentar requiere pararse con fortaleza, con decisión y con ganas, con el entusiasmo puesto en la piel, y el trabajo humedeciendo las manos, así es posible entonces engranar el motor, y retomar la marcha.
Con la primera puesta arrancamos, lentamente el embrague lo vamos soltando, y al ver que el cambio entró perfectamente y la marcha es certera, nos emprendemos a poner segunda, porque sabemos que el motor ya precisa más energía. De eso se trata, de ir incrementando la energía, las posibilidades, el entusiasmo y las ganas para poder ir avanzando a la marcha que requiera nuestro organismo. Entonces resuena nuevamente ese viejo proverbio: “Persevera y triunfarás”, y sin darnos cuenta nos trasladamos a años atrás en nuestras vidas y vemos que ya hemos perseverado otras veces, y comprendemos que mucho de lo que hacemos ya lo hemos aprendido, sólo es cuestión de ponerlo en práctica.
Continuamos la marcha, ya el motor requiere mayor velocidad y destreza, ponemos tercera, adelantamos un tramo más, la luz se vuelve más potente e insiste en mostrarnos el camino. Ya no dudamos continuamos confiados en que podemos, entonces escuchamos en nuestro interior una voz que nos impulsa a avanzar y a poner cuarta. Así lo hacemos porque ya estamos decididos a continuar y a no detenernos.
Con una marcha estable atravesamos el camino, ya a una velocidad constante y más elevada, la marcha se incrementa al igual que la entereza y la perseverancia de continuar, y así proseguimos ahora con la quinta a toda marcha no nos detenemos, porque la meta es el camino.
Andrea Calvete