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DÉJÀ VU: ENTRE SUEÑOS Y TROPIEZOS

Tropieza y cae, continúa por entre las veredas levantadas, una baldosa floja, la salpica con agua sucia. Siente las rodillas paspadas pero sigue, un aire enrarecido entorpece su trayecto. El calor húmedo hace que la ropa se le pegue al cuerpo y una perfecta incomodidad la invade.

Filipa oye voces quejumbrosas que suben el tono y hablan sin parar. Se pregunta- ¿de qué sirve quejarse, descargar el fastidio, o continuar enganchados en lo que ha sucedido como anclas oxidadas aferradas a los problemas?

Mira el cielo y ve que se aproxima una tormenta, quizás más intensa que la que transita. Algunas veces el cielo deja caer sus pesadas y gruesas lágrimas, al tiempo que purifica la tierra. Sin embargo, Filipa hace mucho que no llora, ha decido llevar con entereza lo que enfrenta, pero ha olvidado descargar su alma llena de dolor, no puede perdonar.

Continúa y se tuerce un pié- los tacones que se ha puesto son muy elegantes, pero demasiado altos para caminar ligero.

A pesar de su amargura se ve una mujer bonita, que marcha decida, sus ojos profundos y sinceros delatan la tristeza que la invade, aunque no han dejado de buscar a su alrededor, de preocuparse por sus afectos y defender con fervor lo que ama.

Una fuerte opresión en el pecho le hace aminorar la marcha, está allí todo reprimido como un CD compacto. No quiere que le compadezcan, sabe que es ella quien tendrá que tomar la decisión y que es suya la última palabra, pero el orgullo le pesa y la palabra humildad ha quedado desterrada de su vocabulario, quizás como caparazón para no ser lastimada.

Sigue rápido, piensa en las mil cosas que tiene que hacer, alguien le pecha y no le pide disculpas, sigue, alguien le pisa y tampoco le pide disculpas, entonces piensa -se perdieron los buenos modales, decir perdón no cuesta absolutamente nada y al que lo recibe le significa mucho- y sigue aún más contrariada.

A esta altura entiende que está bastante cansada, y comprende que los que la han llevado puesta están igual que ella, pero no justifica que se pierda el respeto y los signos de buena educación: buenos días, permiso, disculpas…

De pronto, la detiene un hombre que jamás ha visto, y comienza a transmitir un ahogado cuento que parece no tener fin. Escucha atenta, pero no logra alcanzar a entender ¿qué le quiere decir?, sus palabras parecen mezclarse y perder el sentido, a eso se le suma un extraño acento. Percibe su angustia, sus ojos cargados de desazón, evidentemente está desesperado.

Filipa sin saber qué hacer, le invita a tomar algo fresco en un pequeño bar que hay en la esquina, pero el hombre con los ojos perdidos en la nada, le dice que no le queda tiempo que debe seguir el camino y le agradece haberle escuchado.

Continúa perpleja y no entiende si acabó de imaginar este suceso o realmente lo ha vivido. Sigue caminando, y piensa que es verdad ya le ha sucedido infinidad de veces en muchísimos lugares. Surge en su cabeza una suerte de déjà vu, y esa sensación que la lleva a un mundo poco comprensible del que sin saber cómo, forma parte.

Entonces, se estremece y se encuentra hablando consigo misma: ¡Cuánta gente llena de problemas!, inmersa en una gran soledad, ¡cuánta necesidad de ser escuchada! Algo no anda bien, todos hiperconectados, pero sin embargo, tan solos, lastimados, resquebrajados por el paso del tiempo, descreídos, desconfiados…

Extenuada se sube al ómnibus, consigue un asiento porque viene bastante vacío, se sienta abrumada sin pensar ya más en nada.

Pasados doce minutos del recorrido, un hombre entrado en años le pide permiso y sienta a su lado. Tras un silencio, comienza a hablarle en un idioma que ella no sabe pero comprende, en su asombro, no entiende lo que pasa, también sabe que lo conoce, aunque no recuerda de dónde.

En un punto del trayecto el anciano le dice con énfasis: "Estamos aquí con un propósito"

Lo mira asombrada y le pregunta- ¿Qué puedo hacer yo para cambiar algo, cuando no puedo cambiar mi propia vida?

El extraño hombre hace una pausa, y con una profunda mirada llega hasta sus ojos y le dice con tono firme: “No busques excusas Filipa, destierra la amargura y perdona”

Filipa lo mira bajarse, con dificultad, en la siguiente parada. No sale de su asombro, aturdida, perpleja, la estremece un escalofrío, no se cuestiona más, respira profundo y agradece sus palabras, que han llegado hasta ella y le han mostrado la importancia de escuchar, de mirar hacia dentro y también hacia fuera.

En unas horas, entre tropiezos, reencuentros, déjà vu, mística y recorrido, la voz interior ha surgido, ha removido asperezas y sacudido el polvo, para continuar el camino.

Andrea Calvete

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