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CORRER TRAS EL VIENTO

Correr tras el viento es rozar los días de la niñez, de la juventud… o esos instantes más cercanos en los que la felicidad o el goce nos perfumaban. Sin embargo, quizás podamos llegar a alcanzarlo, si nos disponemos a recordar con alegría.

¿Quién en estos días no ha añorado el pasado, quién no ha vuelto a su niñez, juventud, o a esos días lejanos en los que la dicha nos acompañaba? Añorar significa recordar con pena una pérdida o ausencia, pero ¿no es posible sobreponerse a ese sentimiento y recordar con alegría?

Evidentemente el estado anímico de estos recuerdos dependerá de lo que recordemos y también de nuestro estado de vulnerabilidad. En tal sentido, la añoranza es interpretada como un sentimiento poco benéfico, por lo cual es importante eludirla.

Según un proverbio ruso “añorar el pasado es correr tras el viento”, cierto, aunque los recuerdos se presentan por sorpresa y nos mantienen atrapados en ellos, sin miramientos o contemplaciones. Es algo que practicamos sin ser conscientes, en un afán porque lo recordado no desaparezca o se desdibuje.

Pero ¿es tan mala la nostalgia? Depende del cristal con que se mire. Si echamos de menos instantes de nuestra vida en los que pasamos bien, o a la gente con quienes compartimos determinados momentos, quizás irrepetibles, que ya nunca volverán, posiblemente la congoja nos sorprenda, la nostalgia nos visite, pero cabe cuestionarnos si no es maravilloso que permanezcan en nuestros recuerdos como parte de nuestras vidas.

Lo importante es alegrarnos por lo bueno que nos ha sucedido, sonreír aunque sepamos que ya ese acontecimiento terminó. Porque a pesar de ello, esas añoranzas son testigos de lo que hemos vivido, aprendido, crecido, de lo que somos.

Y Quino, con su increíble sentido del humor, nos explica que “no es cierto que todo tiempo pasado fue mejor. Lo que pasaba era que los que estaban peor todavía no se habían dado cuenta”. Posiblemente, estas palabras de humor no dejen de acercarse a la realidad, la que no vemos tal cual es, sino como queremos verla, y más aún cuando pasa el tiempo, los recuerdos suelen alterarse en una suerte de mezclas que sólo la mente es capaz de descifrar.

Pero volviendo a estos días en los que las añoranzas se han puesto al alcance de todos, seguramente ellas nos sirvan para valorar lo que somos, nuestros afectos, y lo que realmente es importante en nuestras vidas.

Ojalá cuando todo esto pase la añoranza que hoy se ha despertado en nosotros nos iluminé y haga obrar de la mejor manera, nos permita ser mejores personas.

En este proceso de añorar el pasado, la memoria juega un rol preponderante, donde nuestras emociones y sentimientos se van plasmando, conjugándose la mente el cuerpo y el espíritu en una unión permanente.

Al poner a funcionar nuestra memoria, realizamos tres procesos: primero recibimos, luego retenemos, para después recordar y reconocer. Y cada persona va acumulando vivencias, que de acuerdo con su estado anímico irá asimilando, recordando y atesorando.

Actualmente los psicólogos han comenzado a concentrarse en los aspectos positivos y potencialmente terapéuticos de la nostalgia, de esos recuerdos felices que forman parte de nuestras vivencias. Por tal motivo, deberíamos convertir el pasado como un nexo con el presente, pero sin estancarnos en él.

La capacidad de vivir el presente con intensidad está en cada uno de nosotros, ubicando al pasado en su lugar estableciendo nexos con él y con el futuro, pero sin olvidar que el tiempo más importante y trascendente es aquí y ahora, en que tenemos tanto pero tanto por hacer.

Correr tras el viento es rozar los días de la niñez, de la juventud… o esos instantes más cercanos en los que la felicidad o el goce nos perfumaban. Sin embargo, quizás podamos llegar a alcanzarlo, si nos disponemos a recordar con alegría.

Andrea Calvete

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