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SE APROXIMA EL INVIERNO

Una desoladora quietud se instala con la llegada de Junio, cubierto de neblinas húmedas y frías. Se aproxima el día más corto y la noche más larga. La naturaleza muere, se toma ese impasse en el que lentamente todo llega a su fin. Los cielos se despejan por la ausencia de las hojas y los árboles desnudos bajan su mirada mientras una lágrima cae entre su corteza agrietada.

Todo comienza a perder su fulgor, la luz se disipa lentamente, empalidecen los colores, se esfuman los matices, mientras los sonidos se tornan lejanos y fríos. Un inmenso pesar se instala, para oprimir el pecho al día. El descreimiento y la desconfianza pronto se hacen presentes.

El aire frío se mezcla con el olor a las estufas de leña, o las que aún marchan a querosén, para dar la bienvenida al invierno que se abre paso. El crujir de las hojas caídas resuena como melodía de fondo. Naranjas y rosados, los atardeceres son el color que le da vida a los días.

Las ausencias se vuelven más nítidas, y no queda mucho por saborear, más que algún trago caliente para hacer volver la sangre al cuerpo. Gélidos nubarrones grises empalidecen a la esperanza, mientras un rayo de sol lucha por abrigar más allá de todas las contingencias.

Llega Junio, un joven desnudo dispuesto a dar la bienvenida al invierno y entrar en ese profundo ser interior para alumbrar a todos esos recovecos a los que hasta ahora no habíamos llegado. Cuatro meses en que la muerte de la naturaleza nos lleva navegar por sombríos rincones que hacía tiempo no recorríamos.

Los desencantos golpean las puertas, los recuerdos se cuelan por las rendijas, y los amores buscan respuestas, mientras las horas escasas de luz y calor, se vuelven como un cuarto en el que el destierro se lleva los posibles sin pedir permiso.

Se exilian las esperanzas, las desilusiones se alojan en las noches de insomnio, y los cristales lloran gotas de tristeza y melancolía. Sin embargo, más allá de esa moribunda imagen, el crujir del fuego anuncia que la llama aún está viva.

La crueldad del invierno deja poco lugar para las interrogantes, una flor que ha logrado nacer como un milagro se pregunta: “¿Estará todo perdido, o quedará un vestigio que aún podamos rescatar?”

La respuesta se asoma tímidamente en un amanecer desnudo, en una noche fría y solitaria, en un mar turbulento, o en esa espera que marcha a ritmo apaciguado porque sabe que para renacer es preciso morir, yacer en ese lecho frío y doloroso, para levantarse luego con fe y esperanza, y dar paso nuevamente a la vida.

Andrea Calvete

 

 

 


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