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TARDE DE VIERNES

Los viernes son la línea mágica que nos traspasa al fin de semana, son el trampolín para poner a rodar todo lo que no pudimos hacer en la semana, y echar a volar la creatividad y la imaginación en todo aquello que dejamos pendiente por falta de tiempo y estamos expectantes de hacerle un espacio para poner en marcha

Se acerca el fin de semana, y finaliza una semana más de mayo que se despide parsimonioso, para dar entrada a la humedad y frío del mes de junio, aunque hoy es una preciosa tarde.

Los viernes tienen el aroma de la ilusión, de esa posibilidad latente, de algo por descubrir o probar. Es un día que se para saludable, sonriente nos abre los brazos para que pongamos sobre la mesa nuestros deseos y anhelos: siestas, libros, series, reuniones, caminatas, encuentros … ¡tanto por hacer, por pensar, diagramar o proyectar!

Sin embargo, se complica cuando de ese sinfín de cosas que nos proponemos no llevamos a la práctica ni la cuarta parte, entonces al mal humor del lunes sumamos la frustración de lo que no pudimos hacer.

Recuerdo cuando era niña, para mi los viernes eran una fiesta, era llegar de la escuela merendar y disfrutar de la televisión en blanco y negro, sin apuros de deberes u obligaciones. El café con leche sabía más rico, y por allí también era tarde de bizcochos calientes. Si hacía frío me acostaba en la cama de mis padres que tenían una tele pequeña en su cuarto y miraba lo que me gustaba. Desde luego, no había mucha variedad más que los cuatro canales de aire, pero yo me las arreglaba para ver todo lo que en la semana no había podido mirar.

A estos recuerdos agrego, la ilusión de que llegaba el fin de semana y estábamos la familia reunida, los sábados venía a almorzar mi tío abuelo muy pintoresco que nos deleitaba con sus cuentos y anécdotas formidables, así que otro motivo para estar feliz.

Los años fueron pasando y en la medida que fui creciendo se fueron sumando las reuniones, cumpleaños y festejos que muchos eran los viernes, cuánta ilusión. Creo que esa ilusión fue quedando grabada en mí, y los viernes son días que más allá del transcurso de la vida y los años me producen alegría. ¿Será psicológico?, pero veo una alegría y euforia en la gente que no la aprecio otros días, ni que hablar que el tránsito se pone especialmente bravo.

Desde pequeños cuando comenzamos la escuela tomamos como el comienzo de la semana al lunes, y al viernes como ese preámbulo del fin de semana tan deseado. De hecho, para la mayoría de las personas el fin de semana empieza el viernes, aunque hoy generaciones más jóvenes lo han adelantado al jueves por la noche y esta costumbre se ha ido extendiendo.

Quizás parte de lo que nos pueda producir el viernes tenga que ver con su nombre de origen que proviene de la civilización romana. El viernes era el día dedicado a la diosa Venus, en latín “dies Veneris”. Venus es la diosa del amor y la belleza, que deja su marca en abundantes obras de arte. Los romanos sentían una profunda veneración por Venus, al punto de que la misma palabra “venerar” proviene de su nombre. En inglés viernes se dice “Friday” por la diosa Freyja o Frigg, a quien se le rezaba por cuestiones de amor, de belleza y fertilidad, lo mismo que a Venus.

Quizás desde el origen de la palabra viernes en que se le ha rendido culto a la diosa del amor, más todas las vivencias adquiridas, haga que sintamos por este día un especial afecto o significado.

Los viernes son la línea mágica que nos traspasa al fin de semana, son el trampolín para poner a rodar todo lo que no pudimos hacer en la semana, y echar a volar la creatividad y la imaginación en todo aquello que dejamos pendiente por falta de tiempo y estamos expectantes de hacerle un espacio para poner en marcha

Andrea Calvete 

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