DOLCE FAR NIENTE
“El dulce no hacer nada” de origen italiano, los uruguayos lo hemos heredado como parte de nuestra idiosincrasia, como un hábito que nos identifica. Y no significa literalmente, no hacer nada, sino disfrutar y compartir placenteros momentos con amigos, deleitarse con una rica comida o de vivir situaciones gratas.
El “dolce far niente” nos invita a saborear la pausa, a entrar en contacto con “aquellas pequeñas cosas” como diría Serrat, que nos dejaron tiempo de rosas.
Como muchos uruguayos somos descendientes de latinos hemos incorporado muy bien este dicho, y disfrutamos de una caminata por la rambla, de tomar mate bajo la sombra de los árboles, de una partida de truco, de un vino, del sol, de una rueda de una cerveza bien fría, de un café, de una rica comida…, pero siempre encontramos ese rato para hacer una pausa.
Aunque creamos que no es necesario tomarnos esa pausa para “ese dulce no hacer nada”, estamos equivocados, es parte del diario vivir, de ese poder compartir los hermosos momentos de la vida que se componen de un cúmulo de situaciones. De estas pausas recuperamos tantos momentos perdidos, olvidados, dejados de lado por ese intenso correr sin freno.
Y quizás no significa literalmente “no hacer nada”, sino no hacer nada de lo que solemos hacer en esa rutina inmensa que significa un montón de horas sin podernos tomar un descanso, para mirar un cielo despejado, el horizonte, el atardecer, una noche de estrellas, o escuchar tranquilos algo de música, o detenernos frente a una estufa de leña a sentir su crujir y quedar absortos mirando el fuego sin pensar en nada.
Precisamente, esa pausa no es sinónimo de holgazanería como sería la traducción literal, no implica tirarnos al abandono para que la vida se nos caiga a pedazos, sino buscar esos momentos que son imprescindibles para el encuentro con uno mismo, con nuestras ideas, con nuestros pensamientos más íntimos, los cuales quedan sepultados por diferentes motivos, pero el peor de todos por no querer asumir lo que realmente nos sucede.
Los griegos en la antigüedad interpretaban el ocio como “un impulso dominado por la meditación y la reflexión”.
Y en nuestros días, en la vorágine del siglo XXI es necesario tiempo para relajarnos, descansar, pensar, reflexionar, de modo de ver lo que nos circunda con perspectiva, con calma y poder entonces discernir ¿en dónde estamos y hacia dónde vamos?, y aunque parecen preguntas muy sencillas de responder, encierran una gran complejidad, más aún estos días.
Aunque existe un refrán que dice que “el ocio es el padre de todos los vicios”, por supuesto entendido desde el no hacer absolutamente nada en ningún momento de nuestra vida es verídico, pero si somos personas trabajadoras, cumplidoras de nuestros deberes y obligaciones, también es importante un merecido descanso o pausa. Momento en el que posiblemente surgen ideas nuevas, cuerpos y mentes cargados de dinamismo y energía para emprender nuevas situaciones o retomar las que estábamos haciendo pero con muchas ganas.
Y el ocio es una necesidad humana, esa instancia que precisamos para descansar de nuestras tareas habituales, de nuestra rutina. Y es que la rutina es sistemática, agobiante, termina por cansarnos y aburrirnos. Aunque muchas veces cabe preguntarnos ¿por qué tanta gente vive aburrida, sin ánimo, sin energía?
La diversión es uno de los objetivos del ocio, pero no significa sólo entretenimiento, sino dar la posibilidad a nuestro cuerpo y mente de descubrir materias primas para ocuparse y crecer.
Y la imposibilidad de tiempo de ocio conlleva a desarrollar la ansiedad, a través de la cual tienen cabida la aparición de numerosas patologías. En estas últimas décadas como consecuencia de ella, mucha gente sufre de depresión, ataques de pánico, déficit en la atención, hiperactividad, compulsión al trabajo, o patologías en la alimentación.
Y uno de los mayores impedimentos al ocio saludable es la escasez de tiempo ocioso. La vida actual nos lleva a que trabajemos más horas para tener una “mejor calidad de vida”. De este modo el tiempo de ocio lo utilizamos prestando nuestra atención a los medios de comunicación y a la industria del entretenimiento, que si bien en ambos casos logran distraernos, no terminamos por satisfacer nuestras necesidades reales, de esparcimiento, de hacer algo diferente que nos haga sentir bien con nosotros mismos, satisfechos o completos.
Ahora bien, si cuando llega el tiempo tan deseado, esperado, no encontramos qué hacer, cómo disfrutarlo, o aprovecharlo, entonces aquí comienza un gran problema, y seguramente surgirán preguntas como: ¿qué buscamos?, ¿qué anhelamos?, ¿qué nos hace feliz?, o ¿por qué nos soy capaz de disfrutar al máximo de cada momento?
Más allá de estas respuestas sumamente personales, es importante rescatar ese tiempo de descanso, y no olvidar que “el sabio uso del ocio es un producto de la civilización y de la educación”.Por eso, reivindiquemos ese dolce far niente para que surja lo mejor de cada uno de nosotros en esa merecida pausa.
El “dolce far niente” nos invita a saborear la pausa, a entrar en contacto con “aquellas pequeñas cosas” como diría Serrat, que nos dejaron tiempo de rosas.
Como muchos uruguayos somos descendientes de latinos hemos incorporado muy bien este dicho, y disfrutamos de una caminata por la rambla, de tomar mate bajo la sombra de los árboles, de una partida de truco, de un vino, del sol, de una rueda de una cerveza bien fría, de un café, de una rica comida…, pero siempre encontramos ese rato para hacer una pausa.
Aunque creamos que no es necesario tomarnos esa pausa para “ese dulce no hacer nada”, estamos equivocados, es parte del diario vivir, de ese poder compartir los hermosos momentos de la vida que se componen de un cúmulo de situaciones. De estas pausas recuperamos tantos momentos perdidos, olvidados, dejados de lado por ese intenso correr sin freno.
Y quizás no significa literalmente “no hacer nada”, sino no hacer nada de lo que solemos hacer en esa rutina inmensa que significa un montón de horas sin podernos tomar un descanso, para mirar un cielo despejado, el horizonte, el atardecer, una noche de estrellas, o escuchar tranquilos algo de música, o detenernos frente a una estufa de leña a sentir su crujir y quedar absortos mirando el fuego sin pensar en nada.
Precisamente, esa pausa no es sinónimo de holgazanería como sería la traducción literal, no implica tirarnos al abandono para que la vida se nos caiga a pedazos, sino buscar esos momentos que son imprescindibles para el encuentro con uno mismo, con nuestras ideas, con nuestros pensamientos más íntimos, los cuales quedan sepultados por diferentes motivos, pero el peor de todos por no querer asumir lo que realmente nos sucede.
Los griegos en la antigüedad interpretaban el ocio como “un impulso dominado por la meditación y la reflexión”.
Y en nuestros días, en la vorágine del siglo XXI es necesario tiempo para relajarnos, descansar, pensar, reflexionar, de modo de ver lo que nos circunda con perspectiva, con calma y poder entonces discernir ¿en dónde estamos y hacia dónde vamos?, y aunque parecen preguntas muy sencillas de responder, encierran una gran complejidad, más aún estos días.
Aunque existe un refrán que dice que “el ocio es el padre de todos los vicios”, por supuesto entendido desde el no hacer absolutamente nada en ningún momento de nuestra vida es verídico, pero si somos personas trabajadoras, cumplidoras de nuestros deberes y obligaciones, también es importante un merecido descanso o pausa. Momento en el que posiblemente surgen ideas nuevas, cuerpos y mentes cargados de dinamismo y energía para emprender nuevas situaciones o retomar las que estábamos haciendo pero con muchas ganas.
Y el ocio es una necesidad humana, esa instancia que precisamos para descansar de nuestras tareas habituales, de nuestra rutina. Y es que la rutina es sistemática, agobiante, termina por cansarnos y aburrirnos. Aunque muchas veces cabe preguntarnos ¿por qué tanta gente vive aburrida, sin ánimo, sin energía?
La diversión es uno de los objetivos del ocio, pero no significa sólo entretenimiento, sino dar la posibilidad a nuestro cuerpo y mente de descubrir materias primas para ocuparse y crecer.
Y la imposibilidad de tiempo de ocio conlleva a desarrollar la ansiedad, a través de la cual tienen cabida la aparición de numerosas patologías. En estas últimas décadas como consecuencia de ella, mucha gente sufre de depresión, ataques de pánico, déficit en la atención, hiperactividad, compulsión al trabajo, o patologías en la alimentación.
Y uno de los mayores impedimentos al ocio saludable es la escasez de tiempo ocioso. La vida actual nos lleva a que trabajemos más horas para tener una “mejor calidad de vida”. De este modo el tiempo de ocio lo utilizamos prestando nuestra atención a los medios de comunicación y a la industria del entretenimiento, que si bien en ambos casos logran distraernos, no terminamos por satisfacer nuestras necesidades reales, de esparcimiento, de hacer algo diferente que nos haga sentir bien con nosotros mismos, satisfechos o completos.
Ahora bien, si cuando llega el tiempo tan deseado, esperado, no encontramos qué hacer, cómo disfrutarlo, o aprovecharlo, entonces aquí comienza un gran problema, y seguramente surgirán preguntas como: ¿qué buscamos?, ¿qué anhelamos?, ¿qué nos hace feliz?, o ¿por qué nos soy capaz de disfrutar al máximo de cada momento?
Más allá de estas respuestas sumamente personales, es importante rescatar ese tiempo de descanso, y no olvidar que “el sabio uso del ocio es un producto de la civilización y de la educación”.Por eso, reivindiquemos ese dolce far niente para que surja lo mejor de cada uno de nosotros en esa merecida pausa.
Andrea Calvete