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PUNTO CERO

Hace muchos años, un misterioso individuo llegó para rescatar un punto que parecía insignificante y perdido en el Universo. Con mucho tesón lo guardó celosamente en una cajita de cristal y decidió regalarlo a un prodigioso Arquitecto, para que construyera con él un punto mágico en el que cualquier transeúnte al pasar por el lugar gozara de sus privilegios.

Llevaba muchos años trabajando en la pócima mágica. Uno de los ingredientes trascendentales fue un reloj en el que el tiempo se pudiera vivir al máximo. Luego agregó unas pizcas de amor condimentadas con entrega, esfuerzo y sacrificio. Unas gotas de sencillez hicieron que la mixtura fuera tomando forma. Continuó perfeccionando la mezcla, pero al probarla sintió que aún faltaba un ingrediente fundamental, pensó: “¡la naturalidad!”. Así continuó perfeccionándola con esmerada paciencia y armonía durante milenios, hasta que sintió que su trabajo había llegado a la plenitud. Era hora de realizar el pasaje de posta.

Con la humildad de los grandes, el anciano portaba el elixir en sus manos con la serenidad del deber cumplido, como quien lleva la cura de todos los males. Así continuó con la gratitud dibujada en su sonrisa.

Al entregar la pequeña caja perfectamente tallada al Arquitecto le dijo:

-El punto cero es para algunos un punto de partida; para otros el reinicio de la marcha; y para otros más la nada. Independientemente de quien se pare allí podrá rozar su energía residual y, de este modo, verán para creer, tocarán para sentir, escucharán para apreciar, saborearán para degustar, y olerán para perfumar- dijo el mágico hombre

-No veo nada de novedoso en ello- manifestó el Arquitecto con aire sorprendido y algo molesto.

-Es posible, pero el mundo está desestabilizado, no anda en sintonía, le ruego que escuche mi pedido, construya este edificio y coloque el punto cero- dijo el anciano en tono de súplica.

Cuando el Arquitecto se disponía a terminar la construcción del edificio, pasados ya varios años, decidió cumplir aquel pedido extraño, que no dejaba de resonar en su cabeza. Al hacerlo, ni bien quedó colocado el punto cero, un halo de luz mágico se coló entre las vigas de la planchada. Inmóvil trató de entender lo que le sucedía, sintió que se había despertado luego de muchos siglos, a una eternidad infinita.

Cuentan que quienes transitan por el pasaje de aquel edificio, al cruzar el punto cero reciben todos los beneficios que anunciara el hermético hombre tantos años atrás.

Andrea Calvete
 


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