EL TRÁNSITO DEL INTENTO
Intentar es esgrimir argumentos, es transitar por los terrenos rocosos de las dudas, es despeinar al tiempo, es burlarse de las sombras, es reírse de los miedos, es buscar donde las posibilidades habitan y los imposibles se asoman con un gran sombrero.
Cada intento por avanzar, escurridizo o quieto, se esculpe en el cielo de las oportunidades, algunas veces tormentosas y esquivas. Aunque queramos recordarlos basta una mera desilusión para enviarlos al cajón del olvido. Sin embargo, cada intento fallido es una luz tenue en el callejón de los tropiezos.
El intento se compone de anhelos, de expectativas, de esfuerzos, y surgen cuando uno se remanga la camisa y pone manos a la obra. Algunas veces nos agarran con muchas fuerzas, bien preparados, otras nos enfrentamos a ellos tímidamente porque realmente no confiamos demasiado en que sean posibles, y allí aparece desafiante el fracaso. Generalmente cuando dudamos se resquebrajan o desvanecen.
Intentar es palpar lo áspero y lo suave, lo tangible e intangible, para poder acariciar todas las texturas posibles. Es lograr descubrir los colores, los gustos, los aromas, los sonidos existentes y los que aún no se han revelado porque se esconden misterios a la espera del que vuela.
Los intentos son parte de nuestro accionar, de ese abanico de encrucijadas, de esas decisiones que tomamos y que no siempre son certeras. Como un florido ramillete cuelgan de ese árbol de vida que crece frondoso en la medida que no olvidamos regarlo.
¿Quién no ha intentado algo en la vida? ¿Quién no se ha jugado por alcanzar un sueño, por tocar esa vereda en la que el sol habita? ¿Quién no ha escuchado su voz interna?... Posiblemente todo lo hayamos hecho, con mayor o menor éxito, pero los frutos del intento no son lo importante, sino la intención que en ellos ponemos, las ganas, el entusiasmo como motor de ese accionar que nos conduce.
Intentar es una búsqueda latente que no requiere de nombre, de forma o palabra que sirvan de testigos. Los intentos son auténticos y puros cuando nacen sinceros desde alma. No importa si se alcanzamos la meta proyectada, porque la meta es un largo camino en el que cada día continuamos el viaje.
Cada intento por avanzar, escurridizo o quieto, se esculpe en el cielo de las oportunidades, algunas veces tormentosas y esquivas. Aunque queramos recordarlos basta una mera desilusión para enviarlos al cajón del olvido. Sin embargo, cada intento fallido es una luz tenue en el callejón de los tropiezos.
El intento se compone de anhelos, de expectativas, de esfuerzos, y surgen cuando uno se remanga la camisa y pone manos a la obra. Algunas veces nos agarran con muchas fuerzas, bien preparados, otras nos enfrentamos a ellos tímidamente porque realmente no confiamos demasiado en que sean posibles, y allí aparece desafiante el fracaso. Generalmente cuando dudamos se resquebrajan o desvanecen.
Intentar es palpar lo áspero y lo suave, lo tangible e intangible, para poder acariciar todas las texturas posibles. Es lograr descubrir los colores, los gustos, los aromas, los sonidos existentes y los que aún no se han revelado porque se esconden misterios a la espera del que vuela.
Los intentos son parte de nuestro accionar, de ese abanico de encrucijadas, de esas decisiones que tomamos y que no siempre son certeras. Como un florido ramillete cuelgan de ese árbol de vida que crece frondoso en la medida que no olvidamos regarlo.
¿Quién no ha intentado algo en la vida? ¿Quién no se ha jugado por alcanzar un sueño, por tocar esa vereda en la que el sol habita? ¿Quién no ha escuchado su voz interna?... Posiblemente todo lo hayamos hecho, con mayor o menor éxito, pero los frutos del intento no son lo importante, sino la intención que en ellos ponemos, las ganas, el entusiasmo como motor de ese accionar que nos conduce.
Intentar es una búsqueda latente que no requiere de nombre, de forma o palabra que sirvan de testigos. Los intentos son auténticos y puros cuando nacen sinceros desde alma. No importa si se alcanzamos la meta proyectada, porque la meta es un largo camino en el que cada día continuamos el viaje.
Andrea Calvete