¿DAMOS EL JUSTO VALOR A LO QUE NOS SUCEDE?
Pararnos frente a lo que nos acontece está impregnado de sentimientos, apreciaciones personales, de recuerdos, de situaciones que de alguna manera nos marcaron. Por lo tanto, nuestra mirada puede no ser totalmente confiable.
Cabe preguntarnos: ¿Damos el justo valor a lo que día a día nos ocurre? ¿Valoramos realmente todo lo que es sustancial en nuestro diario vivir, no sólo salud, trabajo, amor, sino también a aquellas personas que intentan ser de gran compañía?
Ocupados por preocupaciones, desvelos, anhelos, parecemos olvidar que el tiempo real es aquí y ahora. Que si bien el pasado forma parte de nuestros días, y el futuro de nuestros deseos y expectativas, lo cierto es que el momento que vivimos minuto a minuto es el presente.
Algunas veces necesitamos perder algo para valorarlo, pero ¿por qué?, la respuesta es muy personal, pero la gran mayoría de las veces tiene que ver con no dar el justo valor a lo que nos sucede. Cuando perdemos un ser querido, un objeto, un trabajo…, y cualquier ejemplo de algo que hayamos perdido será válido, entonces tomamos distancia, perspectiva, y valoramos lo que hasta hace muy poco no habíamos apreciado. Y aquí, en la valoración, entrarán a jugar un papel muy importante los recuerdos, las vivencias y nuestras emociones, que en definitiva dejarán aflorar su vulnerabilidad.
Y ser vulnerables no significa cobardía, ni cansancio, sino permitirnos que aparezcan aquellas sensaciones, emociones que estaban escondidas en lo más profundo, esperando que alguien las rescatara o las dejara expresarse. En nuestro diario vivir reprimimos sentimientos, sensaciones, producto de no perder tiempo, del miedo a sentir, a fracasar, a competir, a ser nosotros mismos.
Y respecto al valor de lo que nos sucede, existe un proverbio árabe que dice: “Cuatro cosas hay que nunca vuelven más: una bala disparada, una palabra hablada, un tiempo pasado y una ocasión desaprovechada”. Es importante valor a las cosas no por lo que valen sino por lo que significan. Y éste es parte del razonamiento que hacía al principio, cuando descubrimos lo que significa algo o alguien, allí lo valoramos de una manera diferente, que nos permite trascender pequeñeces, y llegar a descubrir ¿qué es lo que tiene un verdadero valor?
Y los niños son grandes sabios, de ellos podemos aprender tantas cosas, un niño siempre puede enseñar tres cosas a un adulto: “a ponerse contento sin motivo, a estar siempre ocupado con algo y a saber exigir con todas sus fuerzas aquello que desea”. Porque los niños tienen esa capacidad a través de su pureza de llegar muy profundo, cosa que los adultos olvidamos por correr y correr detrás de metas sin importancia, tras dejarnos amargar por situaciones que no merecen la pena.
En realidad, ¿qué y quien merece la pena?, es una pregunta bastante sencilla y directa, pero compleja a la hora de contestar. Porque cuando lo intrascendente se convierte en trascendente, cuando lo sin sentido adquiere un sentido, cuando lo insignificante resulta significativo, entonces posiblemente el rumbo a seguir se complique.
Y las desilusiones, los desengaños, los tropiezos, son culpables de muchas de nuestras actitudes de vida, de ese caparazón que suele vestirnos luego de sufrir mucho. Pero, por el contrario, fortalecerse no implica esconderse tras un disfraz que al mirar al espejo ni siquiera refleje nuestra propia imagen.
Algunas personas, tras enfrentar muchas dificultades deciden anestesiarse, y seguir adelante, en un mundo donde prefieren no involucrarse demasiado, porque consideran que ya no vale la pena y han sufrido demasiado. Aunque no dejan de tener razón en tener temor, igualmente nada justifica bajar los brazos o darse por vencido.
La vida es hermosa, a pesar de todas las ingratitudes y malos momentos que hayamos tenido que enfrentar. Y cuando amanece descubrimos un día dónde el sol lentamente aparece y los sonidos se amplifican, esperando ser disfrutado al máximo.
Y cada día es un comienzo nuevo, un despertar, un descubrir, en el que nuestros seres queridos jugarán un rol preponderante. En donde, una palabra de afecto, un apretón de manos, un acto de solidaridad, una mirada cómplice, un abrazo, serán algunos de los tantos valores que no debemos olvidarnos de apreciar.
Sencillamente, el valor que le demos a las cosas, es muy subjetivo, y proporcional a nuestro estado anímico, a nuestro carácter, al mismo tiempo a lo que estemos dispuestos a aceptar. Y depende de cada uno el valorar al máximo lo que nos llena de energía, de vida, de alegría, de ganas de aprender, descubrir, explorar, de sentirnos útiles y vivos.
Y el aceptar errores, hechos, situaciones, personas, es en gran parte el punto fundamental, antes de cuestionarnos ¿cuál es para nosotros el verdadero valor de algo? El buscar en nuestro interior, en un trabajo introspectivo, reflexivo, es parte fundamental a la hora de responder esta pregunta.
Aunque el tiempo, si bien es un gran aliado, aplaca pérdidas, nos hace entrar en razón, cambiar la perspectiva, pero también nos muestra que es efímero, y que nos pasamos gran parte de nuestra vida añorando lo que ya pasó, y luchando por lo que pasará, olvidando vivir con intensidad cada día.
Sin embargo, no quiero que se me malinterprete, que se crea que es necesario olvidar el pasado, y borrar todo futuro posible. Por el contrario, el pasado forma parte de lo que somos, y el futuro de nuestros anhelos. Y el presente el tiempo que coexiste entre ambos, en el que podemos cambiar lo que nos molesta, lo que nos saca el oxígeno, lo que nos deja sin fuerzas.
Es aquí y ahora la oportunidad de cambiar, de tomar las riendas de lo que realmente queremos. El compromiso individual, personal, es el primer gran paso para que las cosas se den en colectivo, porque cada granito de arena suma. Y como seres integrantes, de una sociedad, de un país, de un mundo, de un planeta, de una galaxia, tenemos una gran responsabilidad para todos los seres puedan vivir dignamente, en paz y armonía.
Y aunque suena algo utópico, a la vez que trillado, es imprescindible salir de ese lugar en el que decimos no a todo, a las posibilidades, a los sueños, a los cambios, al desafío, a un mundo mejor, porque la gran mayoría independientemente, de nuestra religión, situación económica, ideología política, o preferencias de cualquier índole, anhelamos lo mejor para nuestra Humanidad.
Pero de regreso a dar el justo valor a lo que nos sucede está relacionado con buscar en nosotros mismos, podremos luego ver hacia fuera, para descubrir ¿qué es lo que realmente valoramos y perseguimos? En función de esta búsqueda los días se puedan hacer muy cortos o interminables, depende de cada uno.
Cabe preguntarnos: ¿Damos el justo valor a lo que día a día nos ocurre? ¿Valoramos realmente todo lo que es sustancial en nuestro diario vivir, no sólo salud, trabajo, amor, sino también a aquellas personas que intentan ser de gran compañía?
Ocupados por preocupaciones, desvelos, anhelos, parecemos olvidar que el tiempo real es aquí y ahora. Que si bien el pasado forma parte de nuestros días, y el futuro de nuestros deseos y expectativas, lo cierto es que el momento que vivimos minuto a minuto es el presente.
Algunas veces necesitamos perder algo para valorarlo, pero ¿por qué?, la respuesta es muy personal, pero la gran mayoría de las veces tiene que ver con no dar el justo valor a lo que nos sucede. Cuando perdemos un ser querido, un objeto, un trabajo…, y cualquier ejemplo de algo que hayamos perdido será válido, entonces tomamos distancia, perspectiva, y valoramos lo que hasta hace muy poco no habíamos apreciado. Y aquí, en la valoración, entrarán a jugar un papel muy importante los recuerdos, las vivencias y nuestras emociones, que en definitiva dejarán aflorar su vulnerabilidad.
Y ser vulnerables no significa cobardía, ni cansancio, sino permitirnos que aparezcan aquellas sensaciones, emociones que estaban escondidas en lo más profundo, esperando que alguien las rescatara o las dejara expresarse. En nuestro diario vivir reprimimos sentimientos, sensaciones, producto de no perder tiempo, del miedo a sentir, a fracasar, a competir, a ser nosotros mismos.
Y respecto al valor de lo que nos sucede, existe un proverbio árabe que dice: “Cuatro cosas hay que nunca vuelven más: una bala disparada, una palabra hablada, un tiempo pasado y una ocasión desaprovechada”. Es importante valor a las cosas no por lo que valen sino por lo que significan. Y éste es parte del razonamiento que hacía al principio, cuando descubrimos lo que significa algo o alguien, allí lo valoramos de una manera diferente, que nos permite trascender pequeñeces, y llegar a descubrir ¿qué es lo que tiene un verdadero valor?
Y los niños son grandes sabios, de ellos podemos aprender tantas cosas, un niño siempre puede enseñar tres cosas a un adulto: “a ponerse contento sin motivo, a estar siempre ocupado con algo y a saber exigir con todas sus fuerzas aquello que desea”. Porque los niños tienen esa capacidad a través de su pureza de llegar muy profundo, cosa que los adultos olvidamos por correr y correr detrás de metas sin importancia, tras dejarnos amargar por situaciones que no merecen la pena.
En realidad, ¿qué y quien merece la pena?, es una pregunta bastante sencilla y directa, pero compleja a la hora de contestar. Porque cuando lo intrascendente se convierte en trascendente, cuando lo sin sentido adquiere un sentido, cuando lo insignificante resulta significativo, entonces posiblemente el rumbo a seguir se complique.
Y las desilusiones, los desengaños, los tropiezos, son culpables de muchas de nuestras actitudes de vida, de ese caparazón que suele vestirnos luego de sufrir mucho. Pero, por el contrario, fortalecerse no implica esconderse tras un disfraz que al mirar al espejo ni siquiera refleje nuestra propia imagen.
Algunas personas, tras enfrentar muchas dificultades deciden anestesiarse, y seguir adelante, en un mundo donde prefieren no involucrarse demasiado, porque consideran que ya no vale la pena y han sufrido demasiado. Aunque no dejan de tener razón en tener temor, igualmente nada justifica bajar los brazos o darse por vencido.
La vida es hermosa, a pesar de todas las ingratitudes y malos momentos que hayamos tenido que enfrentar. Y cuando amanece descubrimos un día dónde el sol lentamente aparece y los sonidos se amplifican, esperando ser disfrutado al máximo.
Y cada día es un comienzo nuevo, un despertar, un descubrir, en el que nuestros seres queridos jugarán un rol preponderante. En donde, una palabra de afecto, un apretón de manos, un acto de solidaridad, una mirada cómplice, un abrazo, serán algunos de los tantos valores que no debemos olvidarnos de apreciar.
Sencillamente, el valor que le demos a las cosas, es muy subjetivo, y proporcional a nuestro estado anímico, a nuestro carácter, al mismo tiempo a lo que estemos dispuestos a aceptar. Y depende de cada uno el valorar al máximo lo que nos llena de energía, de vida, de alegría, de ganas de aprender, descubrir, explorar, de sentirnos útiles y vivos.
Y el aceptar errores, hechos, situaciones, personas, es en gran parte el punto fundamental, antes de cuestionarnos ¿cuál es para nosotros el verdadero valor de algo? El buscar en nuestro interior, en un trabajo introspectivo, reflexivo, es parte fundamental a la hora de responder esta pregunta.
Aunque el tiempo, si bien es un gran aliado, aplaca pérdidas, nos hace entrar en razón, cambiar la perspectiva, pero también nos muestra que es efímero, y que nos pasamos gran parte de nuestra vida añorando lo que ya pasó, y luchando por lo que pasará, olvidando vivir con intensidad cada día.
Sin embargo, no quiero que se me malinterprete, que se crea que es necesario olvidar el pasado, y borrar todo futuro posible. Por el contrario, el pasado forma parte de lo que somos, y el futuro de nuestros anhelos. Y el presente el tiempo que coexiste entre ambos, en el que podemos cambiar lo que nos molesta, lo que nos saca el oxígeno, lo que nos deja sin fuerzas.
Es aquí y ahora la oportunidad de cambiar, de tomar las riendas de lo que realmente queremos. El compromiso individual, personal, es el primer gran paso para que las cosas se den en colectivo, porque cada granito de arena suma. Y como seres integrantes, de una sociedad, de un país, de un mundo, de un planeta, de una galaxia, tenemos una gran responsabilidad para todos los seres puedan vivir dignamente, en paz y armonía.
Y aunque suena algo utópico, a la vez que trillado, es imprescindible salir de ese lugar en el que decimos no a todo, a las posibilidades, a los sueños, a los cambios, al desafío, a un mundo mejor, porque la gran mayoría independientemente, de nuestra religión, situación económica, ideología política, o preferencias de cualquier índole, anhelamos lo mejor para nuestra Humanidad.
Pero de regreso a dar el justo valor a lo que nos sucede está relacionado con buscar en nosotros mismos, podremos luego ver hacia fuera, para descubrir ¿qué es lo que realmente valoramos y perseguimos? En función de esta búsqueda los días se puedan hacer muy cortos o interminables, depende de cada uno.
Andrea Calvete