TRASCENDER EL UNIVERSO TANGIBLE
La geometría es el principio rector de nuestra realidad, ya sea desde la perspectiva científica o desde la perspectiva mística. Einstein pudo comprobar que en este continuo espacio temporal quedan plasmados todos los sucesos del Universo, donde rueda el tiempo en forma cíclica y espiral.
El círculo en el budismo zen representa la perfección, el vacío de la mente y la calma. Está íntimamente ligado a la iluminación, y estrechamente relacionado con el minimalismo japonés. También a través de diferentes culturas representa la trasformación cósmica donde el caos se convierte en orden.
El número áureo Phi o proporción divina está presente en todos los objetos geométricos regulares en los que haya simetría pentagonal. Los cuadrados y rectángulos áureos se suceden hasta el infinito, sobre los rectángulos se traza la espiral modelo de los seres vivos. La proporción aurea es un número que tiene que ver con la armonía y la perfección, utilizado a lo largo de la historia de la Humanidad en diversas obras arquitectónicas.
Dentro de los enigmas que unen a la geometría con la alquimia, se encuentra la cuadratura del círculo, uno de los mayores misterios por resolver, está en todos los cánones de la proporción humana, así como la famosa espiral de Fibonacci la cual aparece en configuraciones biológicas, como por ejemplo en las ramas de los árboles, en la disposición de las hojas en el tallo, en las flores de alcauciles y girasoles, como también en la caparazón del algunos moluscos.
Esa proporción áurea está en nosotros, sólo que no es sencillo descubrirla, palparla, posiblemente se encarne en la figura abstracta y poco tangible del amor, tan perfecto e indescriptible, en ese instante el que los minutos pierden el sentido y sobreviene la calma para llegar entonces al centro del círculo.
Alcanzar el número áureo podría ser tan mágico como evanecerse en una lágrima, en una risa o un suspiro, y así volar hasta ese lugar que siempre ansiamos pero aún no hemos alcanzado, para así trascender el universo tangible, imaginable y sumergirnos en otro casi desconocido pero repleto de posibilidades para poder perfeccionarnos y elevarnos como espíritus libres.
Andrea Calvete
El círculo en el budismo zen representa la perfección, el vacío de la mente y la calma. Está íntimamente ligado a la iluminación, y estrechamente relacionado con el minimalismo japonés. También a través de diferentes culturas representa la trasformación cósmica donde el caos se convierte en orden.
El número áureo Phi o proporción divina está presente en todos los objetos geométricos regulares en los que haya simetría pentagonal. Los cuadrados y rectángulos áureos se suceden hasta el infinito, sobre los rectángulos se traza la espiral modelo de los seres vivos. La proporción aurea es un número que tiene que ver con la armonía y la perfección, utilizado a lo largo de la historia de la Humanidad en diversas obras arquitectónicas.
Dentro de los enigmas que unen a la geometría con la alquimia, se encuentra la cuadratura del círculo, uno de los mayores misterios por resolver, está en todos los cánones de la proporción humana, así como la famosa espiral de Fibonacci la cual aparece en configuraciones biológicas, como por ejemplo en las ramas de los árboles, en la disposición de las hojas en el tallo, en las flores de alcauciles y girasoles, como también en la caparazón del algunos moluscos.
Esa proporción áurea está en nosotros, sólo que no es sencillo descubrirla, palparla, posiblemente se encarne en la figura abstracta y poco tangible del amor, tan perfecto e indescriptible, en ese instante el que los minutos pierden el sentido y sobreviene la calma para llegar entonces al centro del círculo.
Alcanzar el número áureo podría ser tan mágico como evanecerse en una lágrima, en una risa o un suspiro, y así volar hasta ese lugar que siempre ansiamos pero aún no hemos alcanzado, para así trascender el universo tangible, imaginable y sumergirnos en otro casi desconocido pero repleto de posibilidades para poder perfeccionarnos y elevarnos como espíritus libres.
Andrea Calvete