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DEJAR HABLAR AL CORAZÓN


Un tero alborotado grita mientras el transcurrir gris y húmedo de la mañana lo apacigua. El techo llora sobre sus tejas con moho, sin embargo, intenta disimular que no ha pasado nada, se para erguido y seca su rostro mojado. El tiempo los mira y les guiña un ojo, sabe que la nostalgia habita en ellos, pero como anda con prisa no se detiene ni siquiera a intercambiar unas palabras. Un viejo proverbio vuela tranquilo en el aire y regala su sabiduría: “hay que escuchar a la cabeza y dejar hablar al corazón”

Un enorme álamo plateado los arrulla con el sonido de sus hojas que parecen una caricia para los sentidos. Los pájaros que sobrevuelan el lugar hacen un descanso en sus ramas armoniosas. El tero reposa entre sus raíces, y el tejado respira más calmado el perfume de una insipiente primavera.

El tiempo quiere llevarse un suceso que los ha marcado a todos, con esmero ha borrado muchas huellas, sin embargo, algunas cicatrices han quedado como testigo imborrable de lo ocurrido. Un viejo búho que habita en la rama más alta del álamo entrecierra los ojos. El techo ya algo vencido le habla. No alcanzo a escuchar la conversación, dialogan largo y tendido. Luego de varias horas de diálogo el búho se despide con el viejo proverbio que desde temprano transita en aire como un regalo en el día: “Hay que escuchar a la cabeza, pero dejar hablar al corazón”

El corazón ha hablado, se siente más tranquilo, ha puesto en palabras lo que estaba guardado en lo más profundo, mientras la inteligencia y la razón lo han acompañado en busca de ese equilibrio tan difícil de conquistar.

La vida en su palpitar constante se ha manifestado a través del viento, de la lluvia, del sol, del crecimiento de una planta, del vuelo de un pájaro o el perfume de una flor. Todos los corazones han palpitado fortalecidos con el nacimiento de la esperanza a través de la libre expresión. 

Andrea Calvete

 

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