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EL ABISMO DE LA DESOLACIÓN

Traspasar cualquier tipo de abismo suele ser como abrir una puerta que vuela en el momento en que lo cruzamos. Cuando nos hundimos en el abismo de la desolación el aire comienza a escasear y las esperanzas se apagan a fuego lento.

Un abismo húmedo, frío y oscuro, que nos deja tras enormes rejas. Se cuela entre los barrotes la miseria con su daga en mano, mientras nos oprime con su filo cortante y nos quita la poca esperanza que entra a través de los escasos rayos del sol.

Es en estos momentos en los que nada parece claro, quisiéramos disculparnos con todos los que nos hemos equivocado, saldar viejas cuentas, para mirar con menos pesos sobre los hombros hacia adelante. Aunque, cuando todo parece perdido uno se pregunta: “¿Qué más da?”

El abismo de la desolación abre sus puertas cuando lentamente nos vamos dando por vencidos, y cerramos las ventanas a los posibles, y abrimos las puertas al desaliento y a la desidia. Y de reojo nos mira la tristeza. Si bien no podemos evitar que el pájaro de la tristeza vuele sobre nosotros, si podemos evitar que anide en nuestros cabellos.

Quizás nos seamos conscientes de cuál ha sido el hilo conductor que nos ha conducido hasta acá, y uno se pregunta: “¿Qué más da?”

Sin embargo, es importante preguntarnos por qué llegamos hasta aquí, que fue lo que nos indujo, y si bien las posibles respuestas pueden ser bastante complejas, todo parece más claro cuando ponemos sobre la mesa ese plato lleno de afectos, en el que nuestros seres queridos nos acarician y abrazan. Es entonces, el preciso instante en que retrocedemos porque sabemos que hay una mano que nos precisa y nos sujeta para que no nos caigamos.

Finalizo con una pregunta del Teólogo Leonardo Boff: “¿Qué queda después de no quedar nada? Queda lo esencial que el luto inducido no puede destruir: queda la semilla. En ella están en potencia las raíces, el tronco, las hojas, las flores, los frutos y la copa frondosa.”

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