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NO HABRÁ UN DESPUÉS

No habrá un después, se deshilacharán las ilusiones como un vuelo inconcluso. Se vestirán de ocres las tardes en un desesperado intento porque algún naranja aparezca. Pero un punto final se ha clavado como una daga entre nosotros.

Los posibles han quedado desterrados, confinados con el sabor agrio de un adiós que se esfuma con el correr del tiempo hasta perderse en una nebulosa.

Los quizás también se han roto en mil pedazos, y los porqués sin sentido huyen despavoridos de las noches de insomnio. No queda lugar para más nada, tan solo algún recuerdo se cuela temeroso, o un sueño se presenta como prueba de hubo una vez.

Esa bifurcación se paró ante nosotros, nos miró fijo y nos puso entre la espada y la pared, no hubo tiempo de pensar, había que continuar, y así lo hicimos. No es hora de lamentarse, tampoco de querer ver que hubiera sido, porque no fue, y lo que fue es parte de lo que somos.

No habrá un después, se deshilacharán las ilusiones como un vuelo inconcluso. Ya no estrecharemos nuestras emociones, ni nos fusionaremos en ese instante en el que se detiene el tiempo.

El viento se cuela por la alameda, plateado algún recuerdo se recuesta cómodo, mientras el crujir de las hojas compone una majestuosa sinfonía. Acolchonadas las emociones fluyen porque de puntos finales sólo sabe el accionar, pero no la memoria.

Nos une un mismo tiempo, en el cada cual a su ritmo forjará su presente y su futuro, en el que ya no habrá cabida para un nosotros, porque ese punto final nos separa como una inmensa muralla indestructible.

No habrá un después, se deshilacharán las ilusiones como un vuelo inconcluso, se evanecerán las esperanzas y se desdibujarán las expectativas, pero quedarán intactos los recuerdos en ese rincón en donde habita un duende que los rescata.

Andrea Calvete






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