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AMAPOLAS Y SUSPIROS

En los campos de Argentuil se fundieron amapolas con suspiros. En una simbiosis mágica se elevaron tras una danza misteriosa, que surgió a través de cada inhalación y exhalación emitida.

Las emociones se escudaron en los suspiros, los tomaron como auténticos salvavidas. Con una leve entrada y salida de aire fueron capaces de expresar el universo sensitivo, permitiendo así al caminante continuar armonioso su ruta.

El amor tocó muy fuertes a las puertas, el agobio se solapó en el pecho más cercano, la tristeza abrazó a todo el que pasó meditando, y la desesperación se fundió en las pupilas cabizbajas, así todos fueron en busca de un suspiro, quien al recibirlos permitió que fluyera una paz casi indescriptible.

Con cada suspiro emitido surgió el alivio, y todos los presentes se pudieron trasladar por el “Campo de Amapolas cerca de Argentuil”. Así se perdieron en tenues colores pasteles desbordados por la fragilidad y fortaleza de estas flores rojas que vibraron a través de la brisa con su neutro aroma.

Los suspiros eternos quedaron flotando en el aire, cargados de esas sensaciones placenteras casi inexplicables, de allí que se elevaron y mantuvieron en esa aureola difícil de percibir.

Otros con aire cansino y de triste agonía, se esparcieron a la espera de perderse con el primer viento que los rozara, pero una vez emitidos quitaron un verdadero peso de encima.

Los que soñaban despiertos suspiraron fervorosos, para elevar ese anhelo o estado de ensoñación que los habitaba para conducirse por el camino de la creatividad y la utopía.

Los que añoraban el pasado se perdieron en un suspiro cargado de melancolía, que se mezcló con la bruma húmeda y los resabios de lo que fue y ya no es.

Cargados de pasión llegaron los que oprimen el pecho cuando el aire escasea porque el corazón desborda y late fuerte sin control, encendido por un cálido amanecer.

En los que habitaba la locura, desbordaron de colores y aromas, de texturas y sensaciones, puestas al servicio de ese descontrol que quiso tomar forma y no supo cómo, porque aseguraban que “el amor era ciego y la locura lo acompañaba”.

Con delicada sutileza surgieron los suspiros de la esperanza, inundados de entusiasmo y alegría, como propulsores en el campos de la vida.

Los del aprendizaje, se añejaron con el tiempo como un buen vino tinto, y volaron cuando la madurez los tomó gentilmente de la mano.

Cada suspiro llegó hasta su amapola, la sedujo y la encantó, ella simplemente bajó los párpados y le dio cabida con dulzura, mientras una brisa sutil los hamacó por los campos de Argentuil.

Andrea Calvete

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