EL VALOR DE PERMANECER
Nos enseñan a soltar como si fuera el único camino, como si desprenderse fuera sinónimo de sanar, como si el amor verdadero no conociera de grietas ni de días difíciles. Nos repiten que hay que dejar ir lo que pesa, que lo que se va es porque nunca fue nuestro, que hay que aprender a caminar sin mirar atrás.
No se trata de ver si algo nos pertenece, o no, simplemente es tomar conciencia de que es lo que nos importa y estamos dispuestos a defender, a luchar porque es parte fundamental de nuestros días.
Y sí, a veces soltar es imprescindible. Otras, marcharse es el acto de amor más grande que podemos ofrecer. Pero ¿qué hay de quedarse? ¿Qué hay de reparar con paciencia, de cuidar con ternura, de sostener con manos firmes lo que aún palpita? Nos han enseñado a huir al primer tropiezo, a tomar el camino fácil del abandono en lugar del difícil arte de la permanencia. Se nos olvida que no todo lo roto merece ser desechado, que algunas cosas no necesitan ser reemplazadas, sino restauradas con delicadeza.
Reconstruir es una tarea que implica mucho esfuerzo, tesón y dedicación, y ante todo no bajar los brazos. El amor es el verbo que da vida a esta puesta en marcha, es el que permite sacar a flote cualquier fisura.
Cuidar es un acto de valentía. Requiere presencia y atención. Significa ver las heridas del otro y no dar un paso atrás. Es reconocer las grietas y, en lugar de tenerles miedo, acariciarlas con paciencia. Es saber que no siempre habrá calma, que el amor no es un cuento de hadas, que habrá días grises, silencios y densos, pero que incluso en la tormenta, vale la pena sostener la vela encendida.
Amar no es solo disfrutar de los días luminosos. No es solo estar cuando la risa es fácil, cuando la piel brilla, cuando todo fluye sin esfuerzo. Amar también es quedarse cuando el alma se cansa, cuando la vida pesa, cuando el otro se desmorona y necesita unos brazos que no lo dejen caer.
Porque sí, soltar a veces es necesario. Pero también lo es sostener, y para hacerlo es importante remendar con hilos de paciencia lo que aún puede latir, aprender el lenguaje sutil de la espera, dar sin contar, sin exigir, sin imponer. No todo lo difícil es imposible. No todo lo que cuesta es en vano.
Tal vez amar de verdad no sea soltar a la primera de cambio, sino sostener con ternura incluso aquello que, con cuidado, todavía puede florecer. El verdadero coraje no está en dejar ir, sino en elegir, una y otra vez, seguir, aún cuando las fuerzas flaquean y el horizonte se desdibuja, porque sentimos el valor de permanecer y nos comprometemos a continuar.
No se trata de ver si algo nos pertenece, o no, simplemente es tomar conciencia de que es lo que nos importa y estamos dispuestos a defender, a luchar porque es parte fundamental de nuestros días.
Y sí, a veces soltar es imprescindible. Otras, marcharse es el acto de amor más grande que podemos ofrecer. Pero ¿qué hay de quedarse? ¿Qué hay de reparar con paciencia, de cuidar con ternura, de sostener con manos firmes lo que aún palpita? Nos han enseñado a huir al primer tropiezo, a tomar el camino fácil del abandono en lugar del difícil arte de la permanencia. Se nos olvida que no todo lo roto merece ser desechado, que algunas cosas no necesitan ser reemplazadas, sino restauradas con delicadeza.
Reconstruir es una tarea que implica mucho esfuerzo, tesón y dedicación, y ante todo no bajar los brazos. El amor es el verbo que da vida a esta puesta en marcha, es el que permite sacar a flote cualquier fisura.
Cuidar es un acto de valentía. Requiere presencia y atención. Significa ver las heridas del otro y no dar un paso atrás. Es reconocer las grietas y, en lugar de tenerles miedo, acariciarlas con paciencia. Es saber que no siempre habrá calma, que el amor no es un cuento de hadas, que habrá días grises, silencios y densos, pero que incluso en la tormenta, vale la pena sostener la vela encendida.
Amar no es solo disfrutar de los días luminosos. No es solo estar cuando la risa es fácil, cuando la piel brilla, cuando todo fluye sin esfuerzo. Amar también es quedarse cuando el alma se cansa, cuando la vida pesa, cuando el otro se desmorona y necesita unos brazos que no lo dejen caer.
Porque sí, soltar a veces es necesario. Pero también lo es sostener, y para hacerlo es importante remendar con hilos de paciencia lo que aún puede latir, aprender el lenguaje sutil de la espera, dar sin contar, sin exigir, sin imponer. No todo lo difícil es imposible. No todo lo que cuesta es en vano.
Tal vez amar de verdad no sea soltar a la primera de cambio, sino sostener con ternura incluso aquello que, con cuidado, todavía puede florecer. El verdadero coraje no está en dejar ir, sino en elegir, una y otra vez, seguir, aún cuando las fuerzas flaquean y el horizonte se desdibuja, porque sentimos el valor de permanecer y nos comprometemos a continuar.
Andrea Calvete