DONDE HABITA LA TRISTEZA
En la penumbra de un rincón olvidado, donde el sol apenas
roza con sus tímidos dedos, habita la tristeza. No se anuncia, no golpea la
puerta; se desliza como un susurro en el viento, envolviendo el alma en un
manto de melancolía. Es un huésped silencioso, que se acomoda en el pecho, en
el espacio entre latidos, donde los sueños se desvanecen en un mar de
nostalgia.
La tristeza se enmascara en lo más divertido de la fiesta,
en el brindis más sentido, en los colores más fuertes o en los mejores ritmos.
Aunque a simple vista la vemos en color gris o en el mirar ausente, suele estar
en los lugares más inesperados.
Se viste de depresión, se perfuma de pocas ganas, mientras
busca su presa, no le importa sexo, edad o clase social, se aloja en todos y
cada uno de ellos sin pedir permiso. Sin embargo, algunos intentan disimular su
estadía, otros no le hacen caso, pero a ella le da lo mismo: se aloja cómoda
hasta hacer estragos.
Donde habita la tristeza los días se estiran como hilos de
seda, y las noches se convierten en eternas vigilias bajo un cielo sin
estrellas.
La tristeza tiene una voz suave, casi imperceptible, que
canta canciones de lo que no fue y nunca será. Recuerda los momentos perdidos, los amores que se escaparon como arena entre los dedos.
Hay tantos motivos que nos acercan a la tristeza, no es que
la busquemos, ella llega por diferentes caminos y nos encuentra, y se apodera
de nuestras emociones, de nuestras ganas de hacer, y de nuestras decisiones. Es
como un intruso, aparece sin pedir permiso y se queda hasta que decidimos darle
el desalojo.
Pero desalojarla no es tarea sencilla, porque ella es como
esa gotera que cae constante y nos vamos acostumbrando sin darnos cuenta hasta
que pasa a ser parte de nuestra existencia.
Existe un verdadero antídoto para la tristeza, es un
sentimiento que viene desde la noche de los tiempos: el amor, quien con
insistencia y ardua paciencia la empieza a remover hasta que logra alejarla.
En la medida que se toma distancia de la tristeza, surge la
risa, la esperanza, el quizás, y el sentido a cada paso que damos en la vida.
Dicen los que saben que no se pueden cerrar las puertas a la
tristeza, porque como cualquier sentimiento es propio del ser humano. Si bien
la tristeza puede sobrevolar nuestro cielo, no debemos permitir que haga nido.
Hay momentos donde la tristeza se afirma, y con ella se
deslizan días oscuros. Quizás sea en
este momento cuando precisemos una mano amiga, solidaria o fraterna que nos
ayude abrir las ventanas, para que entren la luz, el aire y el sol, de modo de
evitar que anide la tristeza.