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QUITAPENAS

 


En el alba dorada de los días más oscuros, el QUITAPENAS reposaba como una poción mágica en un frasco antiguo. El elixir de aromas silvestres fue un camino hacia el eco lejano de las sonrisas perdidas.

Cuentan que doña Ana vivió casi 100 años y fue la inventora del “QUITAPENAS” sustancia milagrosa que supo curar generaciones, amortiguar mal de amores, desengaños, pérdidas, y todo sufrimiento que anduviera por la vuelta.

Las penas se cargan en los hombros, se diluyen entre las lágrimas y se cobijan en la tristeza mientras comienzan a sentirse como una daga en el alma. Son amargas como la hiel y frías como un témpano. Son ásperas como una lija, y penetrantes como un rayo.

A la casa de doña Ana llegaban de todas partes en busca de esas gotas mágicas, su recomendación era que las tomaran tres veces al día. Se preguntarán cuál era el componente de este brebaje, ella nunca lo dijo, era sabido que era una mezcla de yuyos que, si bien podían ser beneficiosos, había mucha esperanza puesta en todos los que llegaban en busca del QUITAPENAS.

Con sólo beber unas gotas, las sombras del alma se disipaban como niebla al sol naciente. Los miedos se desvanecían, las dudas se diluían y el corazón herido encontraba consuelo en la calidez reconfortante que emanaba de cada sorbo.

En los momentos de desesperación, el Quitapenas fue un faro hacia la paz interior. Un refugio seguro donde los susurros de la autocompasión se transformaron en cantos de amor propio y aceptación.

Nadie se cuestionó durante todos los años de vida de doña Ana el contenido de aquellas gotas, la gente llegaba con una fe casi ciega, para beberlas de inmediato. Los resultados se veían a la semana siguiente las penas empezaban a amainar, y los rostros dolientes resplandecían poco a poco. Las pupilas comenzaban a brillar y la esperanza a latir en el corazón de quienes las bebían.

Cuentan que doña Ana fue una mujer que tuvo que enfrentar muchas dificultades y contratiempos, pero nunca se dio por vencida. En su rostro brillaba la bondad y la amabilidad, y en sus ojos se reflejaba el amor que era capaz de dar a quien precisaba ser escuchados. Su propio camino le sirvió como fuente de inspiración para ayudar a otros.

Las penas se cargan en los hombres, se diluyen entre las lágrimas y se cobijan en la tristeza mientras comienzan a sentirse como una daga en el alma. Son amargas como la hiel y frías como un témpano. Son ásperas como una lija, y penetrantes como un rayo.

Hoy sólo se conserva una antigua etiqueta del envase del QUITAPENAS que dice: “Ingredientes: Esperanza, aceptación y amor propio. Instrucciones de uso: Tomar con gratitud y sin reservas. Dejar que las penas se disuelvan y que la paz florezca en su lugar. Precauciones: No tiene contraindicaciones conocidas. No sustituye la resolución de problemas, pero fortalece el espíritu en tiempos difíciles. Fabricado con cariño para el corazón cansado y la mente inquieta”

Andrea Calvete

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