A FLOR DE PIEL
Cuando llegan las fiestas los sentimientos están a flor de piel, surgen desde lo más profundo, con la excusa de visitarnos. Son fechas en las que se corre, se intenta cumplir con todo y finalizar ese año que cierra.
Y estamos frágiles, sensibles, y viajamos en el tiempo, y volvemos, y las ausencias nos aprietan el corazón, aunque más allá de los asientos vacíos, la vida continúa, nos sorprende y gratifica con nuevos seres.
La eternidad del momento se produce cuando lo que recordamos sigue vivo y brilla en nosotros. Es así como nuestro tiempo se compone de eternos momentos en los que sin saberlo fuimos tan felices de la forma más sencilla, compartiendo una comida, un beso o un abrazo, o esa charla en la que nos dijimos tanto y resulta tan poco hoy cuando buscamos en esa sensibilidad que nos eriza la piel.
Es tiempo de celebrar de brindar, de reuniones, de balances, y quizás no tengamos la fuerza de hacerlo porque no nos encontramos en un buen momento, pero así son estas fechas, en las que se nos arruga el corazón, pero hacemos todo para seguir con una sonrisa en el rostro.
Quizás de pequeños no seamos conscientes que nuestros mayores al igual que hoy nosotros esbozaron una sonrisa con el corazón arrugado, escondiendo una lágrima por esa persona a la que añoraban.
Sin embargo, es tiempo de celebrar la vida, la familia, los amigos, por los que están, los que no están y los que vendrán, porque en este constante devenir, los afectos son los que nos alimentan y hacen que sintamos que a pesar todo, vale la pena brindar y agradecer por la magia de todo lo que hemos vivido y aún tenemos por vivir.
La eternidad del momento se produce cuando lo que recordamos sigue vivo y brilla en nosotros. Es así como nuestro tiempo se compone de eternos momentos en los que sin saberlo fuimos tan felices de la forma más sencilla, compartiendo una comida, un beso o un abrazo, o esa charla en la que nos dijimos tanto y resulta tan poco hoy cuando buscamos en esa sensibilidad que nos eriza la piel.
Andrea Calvete