EL VALOR DE LAS COSAS
¿Damos el justo valor a lo que día a día nos ocurre? ¿Valoramos todo lo que es sustancial en nuestro diario vivir, somos capaces de apreciarlo?
En un mundo en el que todo se comercializa, es lógico que el valor en sí sufra una devaluación. Así sentimos que se devalúan los afectos, las relaciones, las promesas… y flotamos en una esencia que nos deja dudas y cuestionamientos.
Quizás en el proceso mismo del cambio se de la respuesta, pero es necesario parar unos instantes para ver por qué ciertos acontecimientos ya no tienen valor, no tienen sentido, y entonces nos preguntamos: ¿Por qué la misma sombra que fue fresca y tranquilizadora ahora nos sofoca y oprime?
Cuando hablamos de devaluación entra en juego el tema de revalorización, de cambio de perspectiva, de dar el justo valor a lo que nos pasa, a lo que sentimos y creemos es lo mejor aquí y ahora. Si bien el pasado forma parte de nuestros días, y el futuro de nuestros deseos y expectativas, lo cierto es que el momento que vivimos minuto a minuto es el presente.
Algunas veces en este proceso en el que pierden valor ciertos intereses, personas o situaciones, comprendemos que hemos cambiado, crecido, o simplemente nos hemos movido de esa zona de confort en la que encontrábamos contenidos, pero en la que no sentíamos plenos.
E intenté reflexionar un instante, y de pronto me encontré valorando aquello que ya no tenía por algún motivo, y entonces pensé ¿es necesario perder algo para valorarlo? Pero lamentablemente, la gran mayoría de las veces nos encontramos diciendo sí a esta pregunta.
Cuando perdemos un ser querido, un objeto, un trabajo…, y cualquier ejemplo de algo que hayamos perdido será válido, entonces tomamos distancia, perspectiva, y valoramos lo que hasta hace muy poco no habíamos apreciado. Y aquí, en la valoración, entrarán a jugar un papel muy importante los recuerdos, las vivencias y nuestras emociones, que en definitiva dejarán aflorar su vulnerabilidad.
Y ser vulnerables no significa cobardía, ni cansancio, sino permitirnos que aparezcan aquellas sensaciones, emociones que estaban escondidas en lo más profundo, esperando que alguien las rescatara o las dejara expresarse.
En nuestro diario vivir reprimimos sentimientos, sensaciones, producto de no perder tiempo, del miedo a sentir, a fracasar, a competir, a ser nosotros mismos.
Y respecto al valor de las cosas, existe un proverbio árabe que dice: “Cuatro cosas hay que nunca vuelven más: una bala disparada, una palabra hablada, un tiempo pasado y una ocasión desaprovechada”.
Es aquí y ahora la oportunidad de cambiar, de tomar las riendas de lo que realmente queremos. Y aunque suena algo utópico, a la vez que trillado, es imprescindible salir de ese lugar en el que decimos no a todo, a las posibilidades, a los sueños, a los cambios, al desafío, a un mundo mejor.
Si comenzamos por buscar en nosotros mismos, podremos luego ver hacia fuera, para descubrir ¿qué es lo que realmente valoramos y perseguimos? En función de esta búsqueda los días se puedan hacer muy cortos o interminables, depende de cada uno.
Quizás en el proceso mismo del cambio se de la respuesta, pero es necesario parar unos instantes para ver por qué ciertos acontecimientos ya no tienen valor, no tienen sentido, y entonces nos preguntamos: ¿Por qué la misma sombra que fue fresca y tranquilizadora ahora nos sofoca y oprime?
Cuando hablamos de devaluación entra en juego el tema de revalorización, de cambio de perspectiva, de dar el justo valor a lo que nos pasa, a lo que sentimos y creemos es lo mejor aquí y ahora. Si bien el pasado forma parte de nuestros días, y el futuro de nuestros deseos y expectativas, lo cierto es que el momento que vivimos minuto a minuto es el presente.
Algunas veces en este proceso en el que pierden valor ciertos intereses, personas o situaciones, comprendemos que hemos cambiado, crecido, o simplemente nos hemos movido de esa zona de confort en la que encontrábamos contenidos, pero en la que no sentíamos plenos.
E intenté reflexionar un instante, y de pronto me encontré valorando aquello que ya no tenía por algún motivo, y entonces pensé ¿es necesario perder algo para valorarlo? Pero lamentablemente, la gran mayoría de las veces nos encontramos diciendo sí a esta pregunta.
Cuando perdemos un ser querido, un objeto, un trabajo…, y cualquier ejemplo de algo que hayamos perdido será válido, entonces tomamos distancia, perspectiva, y valoramos lo que hasta hace muy poco no habíamos apreciado. Y aquí, en la valoración, entrarán a jugar un papel muy importante los recuerdos, las vivencias y nuestras emociones, que en definitiva dejarán aflorar su vulnerabilidad.
Y ser vulnerables no significa cobardía, ni cansancio, sino permitirnos que aparezcan aquellas sensaciones, emociones que estaban escondidas en lo más profundo, esperando que alguien las rescatara o las dejara expresarse.
En nuestro diario vivir reprimimos sentimientos, sensaciones, producto de no perder tiempo, del miedo a sentir, a fracasar, a competir, a ser nosotros mismos.
Y respecto al valor de las cosas, existe un proverbio árabe que dice: “Cuatro cosas hay que nunca vuelven más: una bala disparada, una palabra hablada, un tiempo pasado y una ocasión desaprovechada”.
Es aquí y ahora la oportunidad de cambiar, de tomar las riendas de lo que realmente queremos. Y aunque suena algo utópico, a la vez que trillado, es imprescindible salir de ese lugar en el que decimos no a todo, a las posibilidades, a los sueños, a los cambios, al desafío, a un mundo mejor.
Si comenzamos por buscar en nosotros mismos, podremos luego ver hacia fuera, para descubrir ¿qué es lo que realmente valoramos y perseguimos? En función de esta búsqueda los días se puedan hacer muy cortos o interminables, depende de cada uno.
Andrea Calvete