ATRAPADOS ENTRE PALABRAS
La palabra un instrumento que puede llegar a esclavizarnos o a liberarnos. Así algunos vocablos buscan desesperadamente materializarse, y otros inoportunos llegan cuando menos los esperamos, atrapados entre lo dicho y lo no dicho, entre lo supuesto y lo ocurrido, nuestra vida transcurre deseando ese punto en el que las palabras logren una armonía.
Algunas veces las palabras saben a poco, porque no expresan lo que desearíamos oír, otras están ausentes, mientras las verborrágicas se aligeran a salir sin pensar demasiado.
Pero no faltan las que quedan mudas, nos ensordecen con su falta de expresión. Entonces nos preguntamos ¿por qué callan, por qué fueron silenciadas? Nuestra mente un gran instrumento capaz de disponer qué recordar, callar o aquietar, aunque no siempre somos conscientes de ello. Por momentos, nos encontramos atrapados entre palabras sin sentido, pero en el fondo sabemos que lo tienen.
Entre los recovecos de las letras las palabras se deslizan, ponen su acento en determinados asuntos, dejando otros para cuando sea el momento más oportuno.
Las palabras como balas se alojan en lugares de difícil acceso, se instalan dolorosas, molestas, se retuercen entre nuestro cuerpo, mientras pretendes con un plumazo borrar de todo ese dolor como si nada hubiese sucedido.
No me engañan tus halagos desmedidos, tus ponderaciones, que pretenden borrar con el codo lo que manifestaste en pleno uso de tu razón. Dicen que las palabras se la lleva el viento, pero algunas tienen ese don de quedar más grabadas que otras, de esconderse en esos rincones de difícil acceso, y allí están recordando por momentos ese desafortunado instante en el que decidiste dispararlas.
Ese disparo ha hecho perder mi confianza, ese lazo que parecía indestructible ha quedado cortado, resquebrajado por la desilusión, por el descubrimiento de un ser muy diferente al que creía que eras, pero que sin embargo estaba allí realzando a tu verdadero yo.
Tomo un bisturí e intento extirparla, con mucho pulso y precisión, con la valentía entre mis manos me pongo en marcha, dispuesta a que se produzca el sano proceso de cicatrización, en el que la herida lentamente cierra.
Es así que cuando intentamos revertir algún acto y cambiar la actitud hacia una persona, es importante no olvidar que algunas palabras suelen tener el efecto de las balas una vez que se dicen no tienen marcha atrás, porque fueron disparadas con una intensidad y una fuerza irreversible. También cuando esas palabras lastiman, dañan o perjudican no son tan fáciles de solucionar con una simple sonrisa y un cambio de actitud.
Tantas veces no llegamos a dimensionar el daño que pudimos ocasionar a alguien a través de nuestros dichos, o palabras, que quizás no hayan tenido ese destino, pero sin embargo han llegado a su receptor y lo han molestado, dañado o incomodado. Es así que cuando nos damos cuenta de ello, intentamos revertir lo sucedido, pero no siempre es posible. De alguna manera, vivimos atrapados entre palabras.
Algunas veces las palabras saben a poco, porque no expresan lo que desearíamos oír, otras están ausentes, mientras las verborrágicas se aligeran a salir sin pensar demasiado.
Pero no faltan las que quedan mudas, nos ensordecen con su falta de expresión. Entonces nos preguntamos ¿por qué callan, por qué fueron silenciadas? Nuestra mente un gran instrumento capaz de disponer qué recordar, callar o aquietar, aunque no siempre somos conscientes de ello. Por momentos, nos encontramos atrapados entre palabras sin sentido, pero en el fondo sabemos que lo tienen.
Entre los recovecos de las letras las palabras se deslizan, ponen su acento en determinados asuntos, dejando otros para cuando sea el momento más oportuno.
Algunas palabras tienen el don de enredar, otras de difamar, herir, o anudar las situaciones hasta hacerlas insostenibles.
Las palabras como balas se alojan en lugares de difícil acceso, se instalan dolorosas, molestas, se retuercen entre nuestro cuerpo, mientras pretendes con un plumazo borrar de todo ese dolor como si nada hubiese sucedido.
No me engañan tus halagos desmedidos, tus ponderaciones, que pretenden borrar con el codo lo que manifestaste en pleno uso de tu razón. Dicen que las palabras se la lleva el viento, pero algunas tienen ese don de quedar más grabadas que otras, de esconderse en esos rincones de difícil acceso, y allí están recordando por momentos ese desafortunado instante en el que decidiste dispararlas.
Ese disparo ha hecho perder mi confianza, ese lazo que parecía indestructible ha quedado cortado, resquebrajado por la desilusión, por el descubrimiento de un ser muy diferente al que creía que eras, pero que sin embargo estaba allí realzando a tu verdadero yo.
Tomo un bisturí e intento extirparla, con mucho pulso y precisión, con la valentía entre mis manos me pongo en marcha, dispuesta a que se produzca el sano proceso de cicatrización, en el que la herida lentamente cierra.
Es así que cuando intentamos revertir algún acto y cambiar la actitud hacia una persona, es importante no olvidar que algunas palabras suelen tener el efecto de las balas una vez que se dicen no tienen marcha atrás, porque fueron disparadas con una intensidad y una fuerza irreversible. También cuando esas palabras lastiman, dañan o perjudican no son tan fáciles de solucionar con una simple sonrisa y un cambio de actitud.
Tantas veces no llegamos a dimensionar el daño que pudimos ocasionar a alguien a través de nuestros dichos, o palabras, que quizás no hayan tenido ese destino, pero sin embargo han llegado a su receptor y lo han molestado, dañado o incomodado. Es así que cuando nos damos cuenta de ello, intentamos revertir lo sucedido, pero no siempre es posible. De alguna manera, vivimos atrapados entre palabras.
Andrea Calvete