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CUANDO HABLAMOS DE TOXICIDAD

Nos intoxicamos con lo que bebemos, comemos, con un sinfín de hábitos nocivos que sin darnos cuenta vamos incorporando a nuestro diario vivir. Sin embargo, uno de los peores tóxicos suelen ser los pensamientos cuando se tiñen con los que nos daña o perjudica.

Si bien los pensamientos nos abren el universo de las posibilidades, cuando nos enferman o angustian, nos llevan a ver lo que no es, así nos cuestionamos hasta lo más mínimo, hasta que nos desequilibramos emocionalmente.

Los pensamientos tóxicos suelen estar cargados de envidia, rencor, resentimiento, cólera, enojo, mal humor, angustia, miedos, frustraciones, desengaños, fracasos, desilusiones … sentimientos que en definitiva terminan auto destruyéndonos, nos encierran en lo peor de nosotros mismos.

Y los pensamientos cargados de toxicidad son contagiosos, se expanden y propagan sin control, por eso cuanto más lejos nos mantengamos de ellos mucho mejor.

Posiblemente no seamos conscientes de que lentamente nuestros pensamientos, así como nuestro cuerpo se va intoxicando, por todo aquello vamos incorporando y nos va quitando energía, vitalidad, alegría de vivir y entusiasmo, dejándonos atrapados en una situación en la que nos asfixia y quita estabilidad.

Pero a nuestros pensamientos se suman las personas que nos rodean, por eso es importante evitar a los “seres contaminantes” que lentamente nos quitan la energía y el humor. Un “ser contaminante” no sabe qué hacer con su tiempo y se dedica a interferir en el de los demás, se mete en la vida ajena, opina, da consejos sin ser consultado y, mucho peor, incide en nuestras vidas haciéndonos creer que nuestras decisiones por algún motivo no son las mejores.

Generalmente, quien contamina lo hace desde la envidia que lo invade, porque no soporta ver en los demás lo que él no puede alcanzar o lograr. La envidia es un sentimiento que en algún momento nos visita, pero es una muy mala compañía, porque avanza sigilosa, corroe el alma, genera infelicidad e insatisfacción, por lo tanto, es un sentimiento maligno del que es importante alejarse.

Algunas personas por competitividad, suelen ser tóxicas, por querer ocupar ese lugar en el que estamos, entonces se valen de mil artimañas para dejarnos mal parados y llegar a nuestra silla.

También resultan contaminantes las personas que son negativas, mala onda, que no ven perspectiva ni salida a nada, para quienes todo es un bajón y, en definitiva, transmiten un panorama oscuro para nuestros planteos. Pero con esto no quiero decir que no hay que ser realista, al contrario, se debe conocer muy bien la realidad que nos rodea para poder cambiar lo que no nos gusta.

Otra de las características sobresalientes de este tipo de personas, es que suelen sembrar la intriga y la cizaña sin demasiados miramientos, sueltan pequeñas dosis imperceptibles para que poco a poco absorbamos el veneno que destilan sin darnos cuenta.

La proximidad con el ser contaminante favorece la escasez de oxigeno y una sensación de disgusto e incomodidad que se incorporan como parte de la estadía. Así sin saberlo, nos sentimos mal, nuestro malhumor se incrementa y es como una bola de nieve que aumenta y aumenta.

¿Qué hacer cuando nos topamos con un “ser contaminante”? Lo más lógico sería romper con esa relación. Pero, no siempre es posible, a veces son personas que trabajan con nosotros, que están en ámbitos en que no podemos cortar el nexo. Sin embargo, siempre podemos marcar límites, y tomar cierta distancia, o simplemente poner los puntos sobre la mesa.

El hecho de enfrentar el problema, pararnos con valentía ante lo que nos ocurre, denota que sabemos lo que queremos con nuestra vida, que no permitimos la contaminación, ni la manipulación, porque somos los verdaderos hacedores de nuestro camino.

De regreso con todas las posibles formas de intoxicación a la que nos podemos vernos expuestos, debemos analizar no sólo lo que comemos y consumimos, sino también lo que pensamos y decimos, de quiénes nos rodeamos, para poder entonces analizar si realmente estamos llevando una vida en la que somos los pilotos de nuestro propio barco para vivir de manera saludable y armoniosa. 

Andrea Calvete

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