LIMITLESS
El ramillete de posibilidades que nos ofrece cada día nos hace difícil enfrentar nuestros límites, algunas veces olvidados, otras ignorados, pero a la larga o a la corta hacerles caso omiso nos trae aparejado ciertas consecuencias. Así sin darnos cuenta vivimos sin límites o lo que se conoce también como limitless.
Si bien vivir bordeando los límites, suele ser atractivo para muchas personas, es un arma de doble filo, pues con facilidad podemos trastabillar y caer hacia el lado que no pretendíamos o esperábamos. Pero como todo en la vida, poner límites en nuestro diario vivir es cuestión de ejercitarnos, y para ello es muy importante haber adquirido esos hábitos desde pequeños. Seguramente a quienes no les han puesto límites desde pequeños, ya siendo adultos le resulte una tarea mucho más costosa.
De regreso a las consecuencias que traen aparejadas nuestras acciones, es importante hacernos responsables por nuestras decisiones y actos, que algunas veces son desacertados por no haber puesto los límites correspondientes, es decir por traspasar esas barreras que sabíamos que nos traerían aparejadas duras consecuencias.
¿Por qué trasgredimos los límites o no los respetamos?
Trasgredir es una sensación placentera que linda con lo prohibido, con lo que no está permitido, y eso en cierta medida es tentador, provocador, da la sensación de sentirse con una cierta chispa de vitalidad y energía, el problema es que esa chispa pronto pasa a transformarse en un tremendo incendio, algunas veces devastador.
Por otra parte, podemos controlar los límites que estemos dispuestos a no quebrantar, pero qué hay de aquellos que se quebrantan a nuestro alrededor y a su vez juegan en nosotros ese efecto de búmeran, es decir nos arrastran junto con ellos. Porque no todo depende absolutamente de nosotros, si bien nuestras decisiones se disparan en forma individual algunas veces son producto de ciertas circunstancias en las cuales no nos gustaría estar involucrados.
Pero de regreso, a las situaciones en las que sí hemos decido involucrarnos, algunas de ellas nos sorprenden sin que las pensemos demasiado o analicemos, y es así que traspasamos esos límites que son esenciales para no equivocarnos o errar el rumbo. Evidentemente, las pasiones humanas tienen muchísimo que ver con este quiebre de límites, en donde muchas veces los sentimientos se anteponen a la razón.
Si bien en la matemática las ecuaciones cierran en forma perfecta, en la vida basta un pequeño error para que la ecuación se desbarajuste y se produzca un caos. Cuando entramos en esos caos existenciales, al mirar para atrás ya vemos tan lejano el punto de partida de la primera equivocación que quisiéramos poner un detonador para olvidar todo lo sucedido. Sin embargo, siempre se está a tiempo de poner límites, de cambiar el rumbo o destino.
Vivir sin límites tiene correlación directa de vivir al límite. La vorágine del diario vivir nos lleva a andar a las corridas, a cumplir con mil y un desafíos, a tener todo pronto para ayer y cargarnos de más obligaciones, sin ni siquiera detenernos unos instantes a ver si realmente estamos satisfechos con lo que nos sucede aquí y ahora. Vivimos rehenes del tiempo, de la tecnología y también del consumo.
Ser rehén nos deja atados de alguna manera de pies y de manos, o al menos maniatados en cierta medida. Es como si un pequeño chaleco de fuerza nos impidiera movernos con absoluta comodidad. Algunas veces, logramos escapar de estos frenos que nos detienen el paso, y es entonces que respiramos profundo y nos oxigenamos.
Limitados en nuestros tiempos, en nuestras tareas y compromisos emprendemos los días, aún aquellos que están menos ocupados se ven igualmente limitados por las pautas que impone la sociedad actual, que nos induce a ser seguidores de sus propuestas para no quedarnos afuera del entorno y la realidad que nos circunda. Porque de alguna manera, todos queremos seguir subidos al mundo, por más que por momentos decimos como Mafalda: “Paren el mundo que me quiero bajar” Y no nos bajamos, porque no queremos quedar excluidos o al margen de lo que sucede, pero no por falta de ganas.
Ese estar al borde del precipicio tiene que ver también con saber decir sí y no a tiempo, cosa que se torna bastante complicada, cuando no tenemos ni muy claro el camino por donde nos conducimos, del mismo modo las alternativas se vuelven complejas y confusas.
Vivir al límite, sin poder ser verdaderos dueños de nuestras decisiones y de nuestro futuro, por momentos nos lleva a sentirnos frustrados, contrariados y de muy mal humor, lo que repercute en forma inmediata con quienes nos rodean y en definitiva con nosotros mismos.
Es maravilloso vivir al límite cuando se despierta la creatividad y la fantasía, es decir la posibilidad de soñar y de no bajar los brazos, pero no todos ante una realidad que presiona y ajusta cuentas en forma continua pueden reaccionar positivamente, o con una actitud resiliente.
Todos los seres humanos somos diferentes, reaccionamos de acuerdo a nuestra forma de ser, así como también según la etapa o circunstancias de la vida que nos toque enfrentar. La resiliencia es la capacidad de afrontar la adversidad saliendo fortalecidos, de modo de poder seguir el camino. Se ha comprobado científicamente que los resilientes tienen mayor equilibrio emocional frente a las situaciones de estrés y soportan mejor la presión.
Al límite, estresados por alcanzar lo que algunas veces es casi una utopía continuamos, a la espera de que esa brecha se acorte de alguna manera. Sin embargo, hay brechas que se agrandan cada vez más, mientras las expectativas se agrietan envejecidas casi entumecidas ante la falta de perspectiva.
No siempre es una decisión premeditada vivir al límite, es algo que gradualmente sin darnos cuenta vamos incorporando a nuestros días, hasta que nuestro organismo dice basta y entonces enferma. Quizás ante este aviso paremos y podamos dar el verdadero significado a nuestro tiempo y a nuestros días, porque la vida es lo que nos pasa mientras hacemos otros planes para ella.
Andrea Calvete
De regreso a las consecuencias que traen aparejadas nuestras acciones, es importante hacernos responsables por nuestras decisiones y actos, que algunas veces son desacertados por no haber puesto los límites correspondientes, es decir por traspasar esas barreras que sabíamos que nos traerían aparejadas duras consecuencias.
¿Por qué trasgredimos los límites o no los respetamos?
Trasgredir es una sensación placentera que linda con lo prohibido, con lo que no está permitido, y eso en cierta medida es tentador, provocador, da la sensación de sentirse con una cierta chispa de vitalidad y energía, el problema es que esa chispa pronto pasa a transformarse en un tremendo incendio, algunas veces devastador.
Por otra parte, podemos controlar los límites que estemos dispuestos a no quebrantar, pero qué hay de aquellos que se quebrantan a nuestro alrededor y a su vez juegan en nosotros ese efecto de búmeran, es decir nos arrastran junto con ellos. Porque no todo depende absolutamente de nosotros, si bien nuestras decisiones se disparan en forma individual algunas veces son producto de ciertas circunstancias en las cuales no nos gustaría estar involucrados.
Pero de regreso, a las situaciones en las que sí hemos decido involucrarnos, algunas de ellas nos sorprenden sin que las pensemos demasiado o analicemos, y es así que traspasamos esos límites que son esenciales para no equivocarnos o errar el rumbo. Evidentemente, las pasiones humanas tienen muchísimo que ver con este quiebre de límites, en donde muchas veces los sentimientos se anteponen a la razón.
Si bien en la matemática las ecuaciones cierran en forma perfecta, en la vida basta un pequeño error para que la ecuación se desbarajuste y se produzca un caos. Cuando entramos en esos caos existenciales, al mirar para atrás ya vemos tan lejano el punto de partida de la primera equivocación que quisiéramos poner un detonador para olvidar todo lo sucedido. Sin embargo, siempre se está a tiempo de poner límites, de cambiar el rumbo o destino.
Vivir sin límites tiene correlación directa de vivir al límite. La vorágine del diario vivir nos lleva a andar a las corridas, a cumplir con mil y un desafíos, a tener todo pronto para ayer y cargarnos de más obligaciones, sin ni siquiera detenernos unos instantes a ver si realmente estamos satisfechos con lo que nos sucede aquí y ahora. Vivimos rehenes del tiempo, de la tecnología y también del consumo.
Ser rehén nos deja atados de alguna manera de pies y de manos, o al menos maniatados en cierta medida. Es como si un pequeño chaleco de fuerza nos impidiera movernos con absoluta comodidad. Algunas veces, logramos escapar de estos frenos que nos detienen el paso, y es entonces que respiramos profundo y nos oxigenamos.
Limitados en nuestros tiempos, en nuestras tareas y compromisos emprendemos los días, aún aquellos que están menos ocupados se ven igualmente limitados por las pautas que impone la sociedad actual, que nos induce a ser seguidores de sus propuestas para no quedarnos afuera del entorno y la realidad que nos circunda. Porque de alguna manera, todos queremos seguir subidos al mundo, por más que por momentos decimos como Mafalda: “Paren el mundo que me quiero bajar” Y no nos bajamos, porque no queremos quedar excluidos o al margen de lo que sucede, pero no por falta de ganas.
Ese estar al borde del precipicio tiene que ver también con saber decir sí y no a tiempo, cosa que se torna bastante complicada, cuando no tenemos ni muy claro el camino por donde nos conducimos, del mismo modo las alternativas se vuelven complejas y confusas.
Vivir al límite, sin poder ser verdaderos dueños de nuestras decisiones y de nuestro futuro, por momentos nos lleva a sentirnos frustrados, contrariados y de muy mal humor, lo que repercute en forma inmediata con quienes nos rodean y en definitiva con nosotros mismos.
Es maravilloso vivir al límite cuando se despierta la creatividad y la fantasía, es decir la posibilidad de soñar y de no bajar los brazos, pero no todos ante una realidad que presiona y ajusta cuentas en forma continua pueden reaccionar positivamente, o con una actitud resiliente.
Todos los seres humanos somos diferentes, reaccionamos de acuerdo a nuestra forma de ser, así como también según la etapa o circunstancias de la vida que nos toque enfrentar. La resiliencia es la capacidad de afrontar la adversidad saliendo fortalecidos, de modo de poder seguir el camino. Se ha comprobado científicamente que los resilientes tienen mayor equilibrio emocional frente a las situaciones de estrés y soportan mejor la presión.
Al límite, estresados por alcanzar lo que algunas veces es casi una utopía continuamos, a la espera de que esa brecha se acorte de alguna manera. Sin embargo, hay brechas que se agrandan cada vez más, mientras las expectativas se agrietan envejecidas casi entumecidas ante la falta de perspectiva.
No siempre es una decisión premeditada vivir al límite, es algo que gradualmente sin darnos cuenta vamos incorporando a nuestros días, hasta que nuestro organismo dice basta y entonces enferma. Quizás ante este aviso paremos y podamos dar el verdadero significado a nuestro tiempo y a nuestros días, porque la vida es lo que nos pasa mientras hacemos otros planes para ella.
Andrea Calvete