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LA LITURGIA DE LA PALABRA

Las palabras se entrelazan se mezclan en rituales que van más allá de nuestros ojos, en ceremonias a las que nos invitan día a día para que hagamos verbo lo que pasa por nuestra mente y alma.

No debemos olvidar que las palabras son acciones, y desde luego que lo son, cada una provoca un efecto inmediato y poderoso, por eso también está en cada uno el valor que le adjudiquemos a cada una de ellas.

Tienen un inmenso poder de acción: corren, saltan, vuelan, abrazan, acarician, castigan, veneran, azotan, besan… son la materia prima de la vida, el sabor de cada momento, la energía que nos guía. Algunas desde el silencio más profundo emanan desde el alma para abrazar aquellos seres con quienes nos comunicamos de una manera diferente y especial.

Algunos días cuesta ponerlas en práctica porque nuestros pensamientos navegan desordenados a la espera de tomar una pausa y lograr acercarnos a ellos. Sin embargo, nos aturdimos de un sinfín de cosas sin demasiado importancia para no tomar contacto con ellos, ya que lejos está en nosotros meditar o ponernos a pensar.

Estas molestias que conllevan los pensamientos tienen que ver con los pendientes, con las frustraciones, con los deseos reprimidos, con las cosas no dichas, con lo que pudo ser y no fue… con tantas cosas que aún no logramos resolver. Sin embargo, las palabras suelen ser grandes aliadas a la hora de decir lo más nos conviene, o lo que deseamos comunicar.

Para poder transmitir y comunicar, hay que estar bien dispuesto, escoger las palabras justas y necesarias, el momento adecuado, y también la persona indicada a la que queremos hacer llegar la misiva. Para esto, es imprescindible saber jugar con las palabras, quererlas, repudiarlas, conquistarlas y también enemistarse con ella, en juego de seducción y comprensión en el que nos veamos involucrados.

Dentro del proceso comunicacional hay que tener claro el arte de escuchar de manera de brindarnos con sus cinco sentidos ante una conversación, lo que implica de un proceso de concentración en el que absorber, procesar y pensar, serán tres verbos relevantes.

Muchas veces notamos que nuestro interlocutor nos oye pero no nos escucha, pues escuchar implica prestar total atención, sin permitir que nada nos distraiga o ausente. Sin embargo, pese a que no es sencillo, todo ser humano necesita escuchar y ser escuchado, para sentirse querido, respetado y apreciado por quienes lo rodean.

Pero como vivimos cargados de preocupaciones, no logramos concentrarnos plenamente en el diálogo. Por eso es necesario, focalizarnos en la conversación, con tolerancia y paciencia para poder abrirnos a la comunicación fluida. He aquí una de las grandes fallas a la hora de transmitir algo.

No sólo se debe prestar atención a las palabras sino también a los sentimientos, a la voz y a los ademanes. Estos tres instrumentos facilitarán la comunicación, y el escuchar se hará una tarea sencilla.

Dicen que para saber hablar es preciso saber escuchar y este concepto camina de la mano del proverbio que dice: “Del escuchar procede la sabiduría, y del hablar el arrepentimiento”.

Cuando nos comunicamos, no sólo se intercambian opiniones, también sentimientos, actitudes, emociones y fluye energía. Por eso, para que este proceso se dé en forma correcta, es necesario que entre las partes interesadas se genere confianza, una expresión libre sin barreras ni obstáculos.

Si logramos escuchar con el alma, con total entrega y devoción, quien hable percibirá un interés intenso, único y particular, por lo que su comunicación se hará sencilla y placentera, y el tiempo volará a toda prisa.

Así es que a través de la liturgia de la palabra llegamos a comunicarnos con nuestros semejantes, nos relacionamos, nos descubrimos y trascendemos de alguna manera nuestra propia existencia desdoblándonos en el otro.

Andrea Calvete

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