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LA GRAN PARADOJA DEL TIEMPO

Un gran cuestionador nos interpela, nos cuestiona, desafía y enfrenta, para ver cómo lo vivimos, cómo la dejamos transcurrir en nuestra vida, cómo le damos cabida, si estamos decididos a aprovecharlo a dejarlo pasar de largo. Así el tiempo se planta como una gran paradoja en una tendencia a relativizarse, a escurrirse o permanecer como una daga que lastima y aprisiona ¿Cómo es posible que adquiera tantas dimensiones?

Hay quienes se quedan rezagados en el camino, sujetos a tiempos pasados, a personas olvidados a hechos ocurridos, que si bien son parte de lo que son, les impiden continuar avanzando de cara al futuro, parados en este aquí y ahora, en este día a día. Sus posibles dimensiones dependen en gran parte de nuestra mera disposición ante su pasaje.

El tiempo fluye, se escapa como arena entre nuestras manos, de desliza lentamente o rápidamente, dependiendo de la vereda en la que estemos parados, si nos alojamos contrariados, disgustados o afligidos posiblemente esos minutos transcurran como una tortura como una letanía, y lo veamos como algo inalcanzable e imposible, y nos invada el temor. Sin embargo, si nos paramos optimistas, abiertos al cambio y a los desafíos, con aire esperanzador, seguramente los segundos escaseen y se zambullan en el vertiginoso mar de las oportunidades.

La dimensión del tiempo es un concepto que proviene desde la antigüedad y tiene que ver con diferentes filosofías o modos de encarar la vida, para algunos estaba relacionado con el tiempo futuro, mientras para otros con el tiempo presente y con el devenir. Sin embargo, también en esta discusión están los que dicen que al no detenerse, no hay presente, ni pasado, simplemente entienden que no se puede establecer una dimensión real.

Sin embargo la “dimensión real” del tiempo depende de cada uno de nosotros, de esa cabida inteligible que le demos, de esa posibilidad de ser, quizás rescatando momentos vividos del pasado trayéndolos a este presente efímero y trasladándolos a ese futuro inmediato casi impalpable.

El tiempo no se detiene, alberga todos los sentimientos, estados de ánimo y personas, no sabe de pausas, más bien de prisas. Los hubo mejores, peores, pero este es el nuestro; vivámoslo al máximo. Si bien éste es el nuestro, cabe recordar de dónde venimos cuáles han sido nuestros orígenes, como hemos levantado nuestros cimientos, para sí entonces pararnos en este presente de cara al futuro analizando hacia dónde vamos.

¡Qué terrible pensar que todo tiempo pasado fue mejor! Me da escalofrío, porque mejor o peor ha de ser en función de nuestros sentimientos, de lo que vivimos, de lo que experimentamos, de lo que nos sucedió, de ¿“valores que se van perdiendo”, o no?. No creo que los valores se pierdan, me parece que nos paramos de manera diferente frente a distintos momentos y realidades, todo se transforma y nada se pierde, sólo que toma otra dimensión en la que le damos otra apariencia diferente, pero el fondo se trata de hacer lo que está a nuestro alcance de la mejor manera de acuerdo a nuestros valores éticos y morales, y a nuestras convicciones, anhelos y deseos.

Las personas en este presente, en este momento actual continuamos teniendo sentimientos, valores y virtudes rescatables. Y por más que los valores hayan sufrido cambios, ello no significa que no podamos recuperar lo que ha quedado perdido por el camino, del mismo modo que incorporar todo lo que suma y aporta al diario vivir.

Ahora es nuestro momento, el de ser nosotros mismos, el de soñar, el de crecer, de mirar al futuro, de velar por los que vendrán, y por los que están. Es aquí en este preciso instante que podemos cambiar lo que vendrá, de nosotros depende el porvenir.

Por todo esto, los invito a mirar nuestro tiempo con una mirada realista, autocrítica, sin dejar de sonreír y bregar por todos los cambios que sean necesarios, con entereza, fuerza y compromiso, y si es posible parándonos en la vereda del otro, en la que podamos ponerme en su lugar y comprenderlo.

Asimismo, nuestro tiempo es uno de los bienes más preciados en estos días. Los seres humanos vivimos corriendo, estresados, intentando estirar los minutos como un elástico, pero por más que lo hacemos, el día tiene 24 horas. Este es el gran dilema de nuestro tiempo actual.

Y ahondando sobre la escasez de los minutos, transitamos en un mundo que no sabe de tiempos, pero sí de prisas y de apuros, surgen trabajos para ayer y un sinfín de tareas para mañana. Donde cada vez son más las cosas por aprender, compartir y hacer.

Es un dilema al que nos enfrentamos la mayoría de las personas hoy en día, que trae aparejado estrés, dolencias físicas y psíquicas que repercuten en el rendimiento y en el estado anímico.

Por lo tanto, es necesario comprender que el tiempo es finito, y también que nuestro organismo tiene un límite. Este es el primer paso para tomar conciencia de que debemos administrar nuestro tiempo, la forma de hacerlo es priorizar nuestros fines o metas.

Una vez identificadas las prioridades, es más sencillo distinguir qué cosas nos urgen, y cuáles ocupan un “tiempo muerto”, en el que realmente desperdiciamos los preciados minutos del día.

En esta tarea de concientización de nuestro tiempo, es importante delegar tareas a personas que sean de nuestra confianza. Aunque, este punto es algo difícil de asimilar, pues nos sentimos indispensables, pero esto no es así.

Por otra parte, es imprescindible incluir en este tiempo escaso, un lugar para nuestros amigos, familiares y seres queridos, pues el cultivar las relaciones personales son los mejores minutos utilizados en nuestras vidas. Momentos que nos colman de energía, alegría y ánimo para enfrentar lo que nos depara el destino.

Aunque  administrarlo suele ser un gran desafío , es un requerimiento que debemos asumir para vivir en armonía con la vida moderna, en la que el reloj ha acelerado sin piedad y en la que vivimos sin tiempo.

Y cabe recordar cómo definió Shakespeare al tiempo, porque esa definición continúa vigente, “el tiempo es muy lento para los que esperan... muy rápido para los que tienen miedo... muy largo para los que se lamentan... muy corto para los que festejan. Pero... para los que aman... el tiempo es eternidad”.

La temporalidad de las vivencias tendrá que ver con las huellas o con los pequeños cambios que ellas han marcado en nosotros, cincelando nuestro camino, con ese nivel de trascendencia que hemos alcanzando en la medida que incorporamos nuevas herramientas, y trascendemos planos y vamos elevamos nuestro nivel de consciencia.

Andrea Calvete

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