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INMINENTE PARTIDA


Pararse frente a una inminente partida es como asomarse a un atroz abismo en el que una sensación de vacío nos interpela. La muerte se viste de gala y con prepotencia se asoma ante la vereda de una posible víctima a la que sin demasiado reparo se lleva. 

De igual manera sorprende a todo a quien la rodea, pues la arriba de improviso y deja un sabor amargo y agrio, mientras se desliza audaz y despiadada. Desde luego, que por más que la evitemos sabemos en algún momento nos toparemos con su desagradable presencia.

Con sus ropas negras y ajustadas camina con su guadaña en busca de su próxima víctima, repta artera por los oscuros parajes de la soledad y el miedo, lentamente va tocando las puertas de todo el que de alguna manera se muestra vulnerable ante ella. Igualmente, no respeta tiempos, ni motivos, cuando se le antoja dice: “ Llegó la hora vamos”

Y así quedamos boca abiertos porque nos lleva a los seres más queridos, a los que necesitamos a nuestro lado, no le importa cuando se dispone a gatillar no hay quien la pare. ¿Por qué siempre nos agarra mal parados, por qué es tan difícil aceptar su arribo, por qué deja ese dolor fuerte en el pecho? Parecería, que gozara con nuestro sufrimiento, como si fuera parte de su perversa diversión.

Pero por más que se empeñe en destrozarnos la vida no lo logra, porque con mucho sacrificio vamos enfrentando nuestros duelos, y lentamente nos sobreponemos, nos aferramos a ese nexo que queda intacto con la persona que nos ha quitado, porque ella no es capaz de borrar los sentimientos puros y verdaderos que dejó el ser que ha partido.

La muerte se puede llevar los cuerpos de quien se le atoje, pero la esencia del ser no es capaz de rozarla, esa querida persona que ha capturado con sus devastadoras garras, flota en el universo y habita en cada poro de nuestra piel, y en el latido que vibra con cada rayo de sol al despertar el día.


Andrea Calvete

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