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INSOMNIO

Las horas transcurren, el calor se entremezcla, el apacible murmullo del día se esfuma entre los colores del atardecer. Así ha pasado la jornada, como en un letargo que agobia entre sus grises cargados de iones. Pesa en el aire una humedad pegajosa que no se aparta.

Se acerca el fin del día, para dar paso a la noche, a bajar las luces para entrar más en ese interior que se aproxima al apoyar la cabeza en la almohada, sin pedir permiso, sin decir quiero hablarte. Allí se para insolente e insistente y no te deja dormir, o al menos lo intenta.

Pretende cuestionarte qué has hecho en estos días, con qué sentido dijiste tal o cual cosa, o por qué no hablaste cuando tenías que hablar. Entonces hacemos todo lo posible para que desaparezca y así conciliar el sueño.

Las horas de desvelo no suelen ser buenas consejeras, la puerta de salida parece alejarse con astucia, mientras nuestros párpados pretenden cerrarse, pero nuestro yo interior lucha por ser escuchado, o atendido.

¿Pero, por qué en la noche quiere ser escuchado? ¿Acaso no le sobran horas de luz del día para que aparezca y nos hable? Sin embargo, cuando bajamos las revoluciones, cuando nos aquietamos encuentra un espacio más cómodo para enfrentarnos.

El insomnio es uno de los problemas más frecuentes que sufren los seres humanos hoy en día, por diversas causas: angustia, exceso de trabajo, falta de actividad física, consumo de sustancias adictivas, depresión y estrés, entre un sinfín de causas.

Sin embargo, las noches de insomnio han sido inspiradoras para escritores, pintores, y diversos artistas que han encontrado en estos momentos la hora oportuna para expresar eso que está allí latente a la espera de ser rescatado por el ojo hábil del creador.

Cuántas noches de insomnio pueblan los clásicos que todos hemos tenido oportunidad de leer alguna vez, o las obras que pudimos apreciar en un museo, teatro o cine, o en la letra de una canción que nos ha hecho compañía junto a una hermosa melodía.

Durante las horas que no podemos conciliar el sueño, el tiempo se hace interminable, los colores cambian las tonalidades, las sombras se hacen más grandes y los miedos se engrandecen como gigantes que quieren invadirnos.

¿Pero quien no ha sufrido noches de insomnio?... quizás haya algún afortunado que no. Sin embargo, quien las ha padecido sabe que los minutos toman otra dimensión, que las palabras suenan diferente, y que los recuerdos se vuelven confusos al igual que los pensamientos.

El insomnio se ha parado frente a los temores, las dudas, lo que queda por hacer, lo que no se hizo, frente a los destellos de los astros que iluminan el cielo y encienden nuestras preguntas.

La luna nos mira, se ha cruzado de brazos a la espera de que esta situación se resuelva, cree innecesario desvelarse si algo tiene arreglo y si no lo tiene peor, porque sin dormir no llegaremos a resolver nada.

Por fin llega el sueño, los párpados se cierran, y allí las pesadillas suelen hacer de nuestra noche un sitio fructífero para no descansar, y levantarnos exhaustos y agotados.

Cuando abrimos los ojos y recordamos algunos sueños “incoherentes e inconexos” sentimos que no hemos descansado bien, y a eso debemos sumar las horas de desvelo previas, entonces sentimos que nos ha pasado una aplanadora por arriba.

Todos los sueños tienen su explicación a pesar de su incoherencia o incongruencia, lo que suele aparecer libre sin represión alguna parece no tener sentido, pero si nos detenemos, veremos que nada de lo que soñamos es por casualidad, tiene una razón de ser.

Luego de horas de insomnio y una corta velada de sueño, amanece, el sol se cuela entre las rendijas de la ventana, dejando pasar un destello de esperanza a esas preguntas y dudas que nos han asaltado durante la noche. El trinar de los pájaros anuncia el comienzo de un nuevo día lleno de oportunidades.

Andrea Calvete

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