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LOS NUDOS DE MATILDA

Los hilos se fueron entrelazando poco a poco, el tejido tomó forma y el tramado dejó ver las huellas, los errores, los nudos más tirantes, los más flojos, así como las imperfecciones más pequeñas, todo surgió sin excepción. Desgastados por el tiempo habían olvidado el fresco aroma que los impregnaba por las mañanas.

Los puntos tocaron la piel, acariciaron las palabras que quedaron atrapadas en el tejido testigo de leños crujientes, fuegos chirriantes, fuertes latidos y suspiros. Apretado y flojo, el tejido denotaba cierta paradoja; alimentada por los vientos que habían soplado desde diferentes puntos cardinales, por momentos llenos de pasión, en otros cargados de indiferencia y hastío. También quedaron plasmados todos los pensamientos que surgieron mientras artesanalmente se entrecruzaban los hilos. El pensamiento, un rincón donde las alas de libertad nunca se cortan.

Caprichosamente, los diferentes hilos comenzaron a enredarse, a anudarse, fue como una bola de nieve. El nudo se hizo más y más grande… ¿Cómo desenredarlo? En términos cotidianos lo más sencillo hubiera sido cortar lo anudado y empezar de vuelta; pero Matilda no sabía de laberintos no resueltos, de soluciones imposibles, le llevaría mucho tiempo, pero continuaría destejiendo el enredo hasta que los hilos multicolores quedaran prontos para entrelazarse nuevamente.

Con mucha paciencia y tesón, día a día tomo asiento en el sillón de hamaca y a través del suave balanceo se calmó para poder desanudar tramo a tramo el tejido enredado. Las horas transcurrieron en silencio, en un profundo compromiso. Las brazas de la estufa de leña acompañaron a Matilda a enfrentar los miedos, los cuestionamientos y las voces que ferozmente estropeaban su trabajo.

La luna acariciada por el aroma de los azahares se coló en los pensamientos de Matilda para deshacer los nudos, y llegar hasta donde nunca había arribado,  fiel a sus convicciones más profundas.


Andrea Calvete

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