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ALGUNA GENTE SIENTE LA LLUVIA, OTRA SÓLO SE MOJA

Sentir la lluvia, es abrir nuestros poros a las emociones, a las posibilidades, a los aromas de la vida, a la sonrisa blancas de las nubes, y la espuma luminosa de los días.

La lluvia cae y riega con sus gotas de diferentes maneras, para algunos es una bendición y para otros un día lleno de obstáculos. Sin embargo, al igual que la vida no pide permiso ni razones para dejarse deslizar, para fluir de diferentes maneras y tocar distintas superficies, de modo que cada cual la sienta a su modo.

Algunos se inundan de energía y vigor cuando los alcanza, intentan dejar atrás los obstáculos y nacen de ese contacto renovados con el entusiasmo a flor de piel. No es fácil renacer cuando se ha caído, o tocado fondo, o simplemente el desencanto ha entrado en la vereda de los días. Por eso, se hace casi imposible penetrar en alguien cuyos poros están tan cerrados. Sin embargo, logra renacer quien está dispuesto a seguir adelante a pesar de todo, porque entiende que más allá de lo sucedido hay muchos motivos que lo alientan y lo incentivan. Es así que las gotas comienzan a pasar a través de la piel, y lentamente ésta se abre como los pétalos de una flor.

Pero también están aquellos para quienes un día de lluvia significa un problema, porque el tránsito se enlentece, porque no pueden hacer la reunión afuera, o porque la ropa quedó colgada en la terraza, o simplemente porque no tenían ganas de que lloviera. En sintonía con este lineamiento, están los que de todo hacen un pequeño y gran problema, a todo le encuentran un cuestionamiento, y luego de un rato de hablar con ellos pareciera que ya no quedaran puertas de salidas, uno se siento como atrapado en un recinto. Es así que la lluvia no podrá avivar una cosecha que ya está agónica, del mismo modo cuando la negatividad es el estado que aflora en el día a día, será casi imposible revertirlo si no hay una pequeña postura de cambio.

El dejarse sorprender e ilusionar es parte de estar vivos, abiertos a la vida, al cambio al devenir, mientras que si nos cerramos a las oportunidades, a los cambios, a no dejar que el agua nos bañe, seduzca y acaricie, posiblemente nuestros días se tiñan de amargura, de ese sabor agrio con que se enarbola el desánimo, el pesimismo, la negatividad y la misma sequía.

Quien toma una actitud de sobreponerse a lo que le pasa, permitiendo que el buen humor, la calma y el positivismo lo acompañe, es porque ha decido dejar pasar a la esperanza, a ese halo de bienestar, de sentir que es posible un cambio, una salida. No es sentarse a soñar, a delirar sino dar margen a las posibilidades de salir de lo que nos disgusta, incomoda o molesta.

Cuando damos cabida a la esperanza, alejamos al desaliento, al pesimismo, a la dolorosa tristeza, para dar paso a la perseverancia, virtud que nos permitirá llevar a cabo todo lo que anhelamos o deseamos poner en práctica. De este modo, liberaremos todas las fuerzas que poseemos en pro de hacer lo que creemos justo y necesario.

Sin embargo, para dar paso a la esperanza, quien parece llegar y cargar rápidamente en forma casi mágica nuestros días, debemos permitir el pasaje de la armonía, una palabra tan buscada y anhelada por el hombre, pero que sin embargo es bastante difícil de alcanzar. La dificultad radica en esa búsqueda personal tan importante y necesaria, a la que tantas veces el hombre se niega, por correr tras fines materiales que en definitiva no son la verdadera solución a sus problemas.

Aunque es difícil en este mundo cargado y plagado de posibilidades materiales, no confundir esa búsqueda, el espectro de alternativas es cada vez mayor y tentadora, entonces el caer en esos lugares de búsqueda equivocados para satisfacer ese yo interno es pan de todos los días, por eso es muy importante vislumbrar ¿qué es lo que verdaderamente buscamos?

En ese anhelo cargado de esperanza, muchas veces lo que deseamos no es algo individual, sino que forma parte del colectivo humano, entonces es cuando nos hermanamos con otros semejantes en esa búsqueda por concretar una acción a favor de la Humanidad, que por momentos parece hallarse desnuda, desolada, olvidada o peor, bombardeada por el propio hombre.

La esperanza algunas veces se desdibuja y palidece. Existen situaciones que nos sobrepasan, nos dejan sin aliento, sin respuestas, casi sin aire. Es entonces, cuando precisamos que ella haga su aparición, con su mano tibia, con su mirada cálida, de modo de avizorar una salida, un camino, lo hay, sólo que algunas veces es muy arduo encontrarlo. Entonces pedimos o invocamos una señal que nos guíe, y tarde o temprano aparece.

Señales surgen a diario, aunque insertos en nuestros problemas la visión se dificulta, y es bien cierto el dicho que dice que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. Por tal motivo, es importante estar dispuestos a buscar, a encontrar y aceptar lo que nos sucede , de modo de sentir la lluvia.

Dejar que el rocío humedezca nuestra piel, que la lluvia hidrate nuestra vida, que le de esa frescura a los minutos, sólo es viable cuando uno está dispuesto a dejar pasar a los sentidos, a la creatividad, a las posibilidades y también a la utopía, todos ensamblados bajo los influjos de vitalidad porque nuestro corazón late y vibra.

Sentir la lluvia, es abrir nuestros poros a las emociones, a las posibilidades, a los aromas de la vida, a la sonrisa blancas de las nubes, y la espuma luminosa de los días. Es de alguna manera dejarse seducir por la vida cada instante, para que de cada encuentro saquemos nuestro mejor tiempo y espacio a pesar de lo difícil del día. Está en nosotros sentir la lluvia o simplemente mojarnos.

Andrea Calvete

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