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RINCÓN DE LUNA

Tirita en un rincón, el frío lo adormece, así acurrucado en sus recuerdos camina descalzo liviano despojado de toda carga. Vuela hasta la cornisa de un tejado, desde donde se divisa toda la ciudad que despierta suave entre la neblina matinal.

Este rincón ha sido testigo de sus más hondas tristezas, de sus más profundos desengaños, así como también de sus alegrías e inmensas pasiones, todos los sentimientos le han acompañado, es un hombre que ha vivido intensamente, no se ha privado de nada.

Un pájaro se sienta a su lado, queda quieto y lo mira. León no comprende ¿por qué ha llegado hasta aquí este diminuto animal, quizás busque un poco de paz en las alturas?

Cuanto más alto más cerca se está del cielo, de esas nubes que desde abajo se divisan espesas y llenas de formas. También se eleva el estado de conciencia y se aquieta el yo interior, en busca de respuestas.

No obstante, a León no le resulta el lugar más adecuado. Entonces, se traslada hasta el pico de una montaña, rodeado de nieve y nubes. El silencio es tan penetrante que los oídos parecen paralizarse, la sensación de paz indescriptible. Permanece allí, varias horas. Intenta vencer sensaciones y sentidos, en una apuesta por ser él.

Al llegar la noche y despuntar la luna se encuentra consigo mismo, comienza a llorar sin parar, es como si brotaran cataras de su interior para limpiar todo aquello que lo había mantenido detenido, lleno de miedo y de frío.

El mismo rincón que lo vio tiritar, gozar, temblar y llorar, lo ve despertar con esperanza, iluminado por la luna que llega a través de la ventana, con el ánimo cargado en sus pupilas y un atisbo en su mirada que presume que mucho queda por andar.

Andrea Calvete

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