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PERFUME DE MUJER

El viento desgasta su madera, la sal carcome su hierro, bajo un sol que no deja de brillar y abrigar. Sin embargo, Rómulo no lo percibe, está embriagado en su propia tristeza, pero hay un perfume que le persigue a donde quiera que va.

Recostado en sus recuerdos camina, olvida por un instante la caparazón en la que se esconde. Quien lo mira ve en él un tipo que desborda simpatía, lleno de alegría, sólo quien lo conoce profundamente logra descubrir una mirada llena de dolor.

Algunas personas caminan rápido y sólo perciben lo que aflora a la superficie, sin ahondar demasiado en esos pequeños detalles que son los que realmente hablan del estado anímico de los seres humanos.

Pero, Rómulo ahoga su dolor en el alcohol, en la pluma que da vida a su poesía, en las noches de pasión que transcurren una tras otra, en las que olvida las caras de las mujeres que lo acompañan.

Sin embargo, hay un nombre que no logra olvidar, Sol, la causa sus desvelos y desventuras, no se la puede quitar del corazón, ni del cuerpo, lo persigue en sus sueños, en su vigilia, está obsesionado por ella.

El perfume de aquella mujer ha quedado impregnado en su piel, su mirada clavada en alma, la suavidad de sus curvas son imposibles de olvidar como el vibrar de su corazón ardiente. A este fervoroso fluir pasional agrega la danza de sus cuerpos como una imagen infalible, a la que se suma el susurro de palabras suaves y sugestivas, que tampoco puede dejar de escuchar. Y es así que ella sigue viva en él.

Rómulo, vuelve a esconderse en su caparazón y deja aflorar al tipo jovial, lleno de alegría y encanto, para ocultar en su mirada cansina el dolor de haber perdido a la mujer que más ha querido en su vida.

Andrea Calvete

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