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EL JAZMÍN DE LOS VERANOS ETERNOS


Aquella Navidad llegó anticipada, como si diciembre hubiera decidido adelantarse para regalarnos el último verano de la infancia. La casa de la abuela estaba rodeada de jazmines; era imposible caminar por el jardín sin oler su perfume. Dulce y persistente, parecía envolverlo todo: las tardes de juegos, las noches bajo las estrellas, el sonido lejano del mar y las risas inconfundibles de quienes ya no están.


Mi abuela decía que el jazmín tenía memoria. Según ella, cada flor guardaba un momento, y cuando el viento pasaba entre sus ramas soltaba fragmentos de historias. Me reí, pero en silencio, porque a veces sentía que tenía razón. Había algo en ese aroma que te llevaba a lugares que no sabías que habías visitado, a tiempos en los que no recordabas haber vivido.

Ese verano, la abuela decidió que la Navidad debía celebrarse al aire libre, bajo un cielo despejado y con la brisa del mar como invitada de honor. "La noche será blanca como el jazmín", dijo mientras colocaba faroles de papel colgados entre los árboles. El aire olía a salitre y a promesas. Ayudé a colgar las guirnaldas mientras el jazmín lucía como un fiel testigo.

La abuela siempre tuvo una manera especial de mezclar las estaciones. Para ella la Navidad no era una cuestión de invierno o verano, sino de unión de almas, tal vez porque su vida transcurrió en ambos hemisferios. Esa noche, su casa se llenó de canciones, platos compartidos y voces que parecían bailar al ritmo del viento. Pero, sobre todo, estaba lleno de jazmín.

El perfume flotaba en el aire y conectaba todo: las risas de los niños corriendo descalzos, el eco de las olas a lo lejos, las estrellas que parecían más cercanas que nunca. Era como si el jazmín supiera algo que nosotros ignorábamos, como si en su fragancia se escondieran los secretos del tiempo.

En algún momento, me alejé del bullicio y caminé hacia el jardín. Allí estaba mi abuela, sentada junto al jazmín, envuelta en su dulce aroma, mirando las luces parpadear a lo lejos. Me senté a su lado, en silencio, hasta que ella habló:

"¿Sabes? El jazmín de la tierra huele bien, contiene todo lo que queremos recordar. Verano, Navidad, días felices. Cuando lo respiras profundamente, es como el tiempo que No

respondí, pero cerré los ojos. Podía sentir el calor del sol de la tarde, el sonido de voces a lo lejos que, Sentí algo más: la promesa de que esa noche nunca se perdería.

Han pasado muchos años desde que la casa de la abuela ya no existe, pero los jazmines siguen creciendo en los bordes de mis recuerdos. Cada vez que los huelo, cierro los ojos. y vuelvo a ese verano, a esa Navidad, a ese jardín lleno de risas y canciones y entiendo que tenía razón: el jazmín guarda lo que queremos recordar.

El jazmín con su perfume inconfundible y profundo no solo llena el aire, sino que se cuela en los rincones del alma, en las grietas de los recuerdos, como un eco del tiempo que hemos construido.

Porque hay aromas que son como abrazos invisibles, que te llevan de vuelta a donde siempre quisiste estar. Y el jazmín, con su blancura pura y su perfume eterno, es el compañero silencioso de los veranos que nunca terminan y de las Navidades que siempre volvemos a encontrar.

Andrea Calvete







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