¿CÓMO ESTÁS?
Una pregunta tan común y simple, que flota en cada esquina de nuestras conversaciones. La decimos sin pensar, es un reflejo del saludo cotidiano, una cortesía automática. Pero ¿cuántas veces la respondemos con la verdad desnuda, sin adornos ni máscaras? ¿Qué nos impide entregarnos a la sinceridad?
Quizás la respuesta esté en el vínculo que tengamos con el
otro, con la profundidad o superficialidad de la relación. O tal vez sea más
una cuestión de valentía, de lanzarse al vacío de confesar lo que de verdad se
agita en nuestro interior.
Es curioso, podemos hablar con soltura sobre lo que fuimos o
seremos, sobre quiénes creemos ser, pero el presente, este exacto momento, por
lo general se vuelve difuso. Nos perdemos en el constante ir y venir entre el
ayer y el mañana, olvidando que estamos aquí, justo ahora.
Tal vez tememos a lo que nos depara el futuro. Nos quedamos
atrapados en esa preocupación constante por lo que vendrá, incapaces de
disfrutar del instante que tenemos entre las manos. Es irónico, ¿no? En ese
afán de anticiparnos, construimos castillos de miedo, armamos barreras
invisibles para protegernos de un malestar que aún no existe, mientras
olvidamos respirar profundo y disfrutar el aire del momento.
Andrea Calvete